Sociedades: una permanencia forzosa

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Filosóficamente, desde mi punto de vista, las leyes de una sociedad asentada sobre unos principios cualesquiera, no debería imponer penas que los violen. La privación de libertad, por ejemplo, en mi opinión, no cumple este requisito moral. Sería más adecuado, tal y como yo lo veo, la exclusión forzada del individuo o grupo de la sociedad, es decir, un tipo de destierro.

Cuando se nace automáticamente somos parte de una sociedad. Más adelante, cuando contamos con las capacidades suficientes, rara vez se nos da a elegir formalmente si queremos pertenecer a ella o no. En las sociedades occidentales, en realidad lo que ocurre es que se nos da un periodo de tiempo en el que no se nos considera legalmente responsables de nuestras acciones y se nos facilita una educación. Una que desarrolle nuestras capacidades y conocimientos suficientes para posteriormente obtener las herramientas necesarias que nos aporten independencia dentro la sociedad en la que se suscribe. Ese periodo lo podemos entender como uno de gracia, aunque en ningún lugar así se expresa, en el que se nos permite desarrollar nuestras capacidades y familiarizarnos con dicha sociedad. Pasado dicho periodo, aunque esto tampoco se expresa en ninguna ley, se sobreentiende que deseamos permanecer en esta sociedad, aunque rara vez tomamos dicha decisión conscientemente, dentro o pasado dicho plazo.

No se puede negar, que lo que suele ocurrir es que la sociedad nos domestica y hace dependientes de ella. Resulta difícil romper los vínculos sociales y afectivos creados durante la infancia. Y, dado que las “sociedades modernas” se han apoderado de prácticamente la totalidad de la superficie terrestre, no existen alternativas reales para existir fuera de ellas, o al margen de sus territorios, normas y costumbres.

Es decir, nuestra permanencia “forzosa”, por la falta de alternativas, implica que en realidad pertenecemos a la sociedad en la que hemos nacido.

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