Es el debate que surge entre dos opiniones contradictorias.
el aspecto del asunto en que se condensa la controversia.
pueden ser:
Conjetural: cuando se discuten hechos que no son patentes.
Nominal: si se disputa sobre el nombre.
Evaluativa: que se refiere a la valoración.
responde a dos modelos:
Deliberación, sobre qué hacer.
Enjuiciamiento, de una responsabilidad
División a la tarea de señalar y ordenar todas las cuestiones que pueden intervenir en un debate.
El primer esfuerzo que reclama todo debate consiste en fijar bien la cuestión y dividirla en los puntos que sea menester, para no malgastar palabrerías que no vienen al caso e impedir que el adversario se vaya por las ramas.
Delimitación del debate: Todo lo que se discute se reduce a tres cuestiones (de conocimiento): Si existe la cosa (hechos), qué es la cosa (nombre) y cómo es la cosa (valoración).
Todo lo que uno sostenga y todo lo que a uno le nieguen, estará incluido en una de estas posibilidades y, en consecuencia, exigirá un determino modelo argumental:
Debates que suscita la acción: Generalmente discutimos al servicio de la acción (praxis). Queremos dejar sentado cómo son las cosas porque nos esperan preguntas adicionales:
¿hay que hacer algo? ¿qué es lo que habría que hacer? ¿cómo conseguirlo?
. Estamos hablando de
cuestiones de acción
. Nos interesan las cuestiones de conocimiento como preludio y fundamento de nuestras decisiones.
Si no queremos dar facilidades a un contrincante, importa cuidar dos cosas:
Mientras no esté resuelta esta cuestión, mientras no sepamos o aceptemos que las cosas han ocurrido u ocurren y que lo hacen de ésta o de aquélla manera, será prematura cualquier consideración sobre el nombre o la evaluación de las mismas. No es posible discutir con sentido la valoración de algo cuya existencia no está razonablemente admitida. Esto puede sonar a perogrullada, pero en el terreno de las disputas todas las precauciones son pocas.
En el mismo grado en que se den estas condiciones, estimaremos que la explicación es verosímil.
No conjeturamos sobre hechos aislados, sino en la perspectiva de una situación determinada mediante una serie de preguntas (quién, cuándo, dónde, cómo, con qué medios y por qué)
Sea cual fuere la conjetura que realicemos, los asideros de nuestro razonamiento son que existan indicios o motivos y que los hechos sean posibles y probables.
Llamamos verosímil a lo que reúne estas condiciones. Si existen indicios o motivos de algo que es posible y probable, nos parecerá razonable que los hechos se produzcan en la dirección que la experiencia común señala. Cuando algo es posible y se desea, lo verosímil es que ocurra.
Cuando algo es posible, disponemos de indicios y descubrimos motivos, podemos sostener que probablemente ocurrió.
es todo hecho conocido que sugiere la existencia de otro no conocido. Aceptamos que algo ha ocurrido cuando aparecen señales que lo indican. El valor de un indicio depende de la fuerza con que percibamos esa relación. Es grande cuando la asociación parece constante e infalible, es decir, necesaria, como la que existe entre el humo o las cenizas y el fuego. En este caso el indicio equivale a una prueba y basta uno solo para establecer la conclusión. Este tipo de relación necesaria se da entre causa y efecto, principio y consecuencia, signo y significado, todos los cuales producen certeza: no había llovido porque el suelo estaba seco.Lo habitual es que, al ser equívocos los indicios disponibles, no nos baste con uno. Necesitaremos una suma de ellos para que la idea que sugieren resulte convincente
Motivos: Un motivo es una forma de causa: la que nos empuja a la acción. Se refuerza nuestra creencia cuando apreciamos motivos para realizar una acción determinada, por ejemplo, la expectativa de un beneficio. Básicamente hacemos las cosas para obtener un bien o evitar un mal. Como con frecuencia ocurre que no se alcanza el fin que se pretendía, juzgamos los motivos no por el resultado obtenido sino por las expectativas de ventaja o perjuicio: un jugador de bolsa no necesita más que la sombra de una sospecha para atemorizarse. Igualmente consideramos beneficiosa la elección de un mal si es menor que otro.
Si trasladamos lo dicho a un debate real, quien pretenda sostener que un hecho dudoso es cierto, alegará:
Por el contrario, quien desee negar la existencia de un hecho, aducirá:
Como regla general, se puede establecer el siguiente orden en las posiciones defensivas:
La verosimilitud y su contraria se aplican tanto a los hechos como a sus circunstancias
Si la cuestión nominal es irrelevante (de las que no mejoran nuestro conocimiento ni modifican nuestra actitud), záfese de ella. No pierda el tiempo en discusiones estériles. Traslade el debate a la cuestión de valoración.
Hay cuestiones que son puramente de palabras y otras que son puramente de hechos. En ambos casos, al no existir contaminación entre los hechos y las palabras, el debate se simplifica. En ocasiones, sin embargo, es preciso tocar ambas cuestiones y conviene no mezclarlas, porque es una insensatez discutir sobre los nombres cuando no existe acuerdo sobre los hechos.
Para distinguir con claridad las dos clases de cuestiones, conviene adquirir el hábito mental de preguntarnos: los que discuten ¿admiten o no los mismos hechos? Veamos algunos ejemplos.
Las tácticas que empleamos en la cuestión nominal son:
Rechazamos la definición
Rechazamos la aplicación
Definir es ofrecer el significado o la clasificación de una palabra, persona, objeto o acto. Cuando discutimos sobre un término es porque su margen de significación es elástico y conviene precisarlo. Definimos (señalamos los fines) para delimitar (poner límites) o determinar (fijar los términos de) un concepto, con el fin de distinguirlo de otros con los que pudiera confundirse. Es un juicio que establece los límites de un concepto.
Las definiciones tienen dos funciones prácticas:
Como acabamos de ver, la asignación de un nombre nos conduce a su definición. Parece un mismo debate, pero son dos cuestiones distintas que abordamos sucesivamente.
Con frecuencia planteamos ambas cuestiones: defendemos una definición y sostenemos su aplicación al caso que se discute o la inversa.
Toda definición se basa en semejanzas y diferencias.
Todo lo que contribuya a señalar diferencias entre una cosa y sus semejantes tiene cabida en la definición. Por ejemplo,
De la misma manera se puede recurrir a las partes (tiene tres lados), la materia (plástico), la forma (redondo), el tamaño (el más largo), la posición (el tercero), el tiempo (antes de las doce semanas), las peculiaridades (usa gafas); los ejemplos (un libro es esto que está usted leyendo), la etimología, los sinónimos, y las comparaciones.
Disponemos de una gran libertad para definir a condición de no retorcer o traicionar el concepto que designamos. Podemos utilizar la definición que mejor nos cuadre, pero hemos de procurar que sea breve (no un folleto explicativo), clara (más que el término definido), completa y precisa.
Cuando necesitamos definir algo podemos hacer dos cosas: emplear las definiciones tal y como están en sus fuentes, o modificarlas.
Otras tácticas posibles son:
Al nombrar las cosas orientamos la valoración de los hechos y con ello propiciamos el rechazo o la aceptación de una propuesta que los corrija. Por eso, con altísima frecuencia, los nombres se emplean con la exclusiva intención de menospreciar los actos, las ideas o los propósitos del adversario; en otras palabras, para favorecer juicios de valor y calificaciones morales.
Al ofrecer denominaciones degradantes sugerimos implícitamente una valoración negativa. Con la misma palabra parece que resolvemos la cuestión nominal y la evaluativa, pero no es así. Nuestro contrincante sabrá distinguir las dos cosas: discutirá por un lado la denominación y por otro, sea ésta cual fuere, la valoración.
Dado que el argumento consta de una definición y su aplicación a un caso, podemos arruinarlo atacando cualquiera de las dos premisas: puede ser mala la definición o puede estar mal aplicada al caso que se discute.
La definición es vulnerable cuando traiciona el concepto que pretende definir, bien porque es falsa o porque es incompleta. Nuestras ideas podrán ser más o menos nebulosas y, en consecuencia, admitir toda clase de precisiones.
Para oponerse a una definición convencional opondrá otra más amplia que señale nuevos matices. Ante una redefinición esgrimirá la definición convencional. Si la definición era subjetiva (que expresa una preferencia personal o de grupo) buscará definiciones objetivas y viceversa.
El tercer debate que suscitan los hechos se ocupa de su valoración. Ya no se trata de polemizar sobre si las cosas son o no son, si ocurrieron u ocurrirán, de esta o de aquella manera. Tampoco se discute si debemos bautizarlas con un nombre u otro.
En esta cuestión nos limitamos a establecer si los hechos evidentes o admitidos —y se llamen como se llamen— nos parecen bien o nos parecen mal; si la iniciativa que se nos propone la estimamos aceptable o perniciosa.
Una misma cosa puede parecer buena y mala, es decir, admite valoraciones contradictorias. Esta es la principal característica de la cuestión que nos ocupa.
En los juicios de valor no tiene sentido afirmar: es cierto que es bueno; es mentira que sea cómodo… No se exponen para decir la verdad, sino para ofrecer una apreciación. Lo opuesto a una verdad es una falsedad; lo opuesto a una valoración es otra valoración. Ante ellas lo único que cabe es compartirlas o rechazarlas.
Empleamos con frecuencia el verbo ser: esto es bueno, como si tuviéramos un conocimiento preciso de la calidad objetiva de las cosas. No es así. Para cualquier persona con las meninges sin almidonar, queda sobreentendido que se ha dicho: esto me parece bueno, lo que equivale a admitir que pueden existir pareceres contradictorios justificados.
Padecemos una deformación educativa que nos induce a plantear las cuestiones de valor como si se tratara de problemas de hecho. Nos gustan las ideas claras y contrastadas, modelo blanco y negro: frente a la piedad situamos la impiedad; ante lo justo, lo injusto y, en general, frente a la verdad, el error. Esta manera de pensar se llama, con razón, dogmática, y es muy atractiva porque ahorra mucha energía mental: el preservativo es malo; mentir, reprobable; la eutanasia, un crimen. Cuando las ideas son simples, su aplicación a las cosas está al alcance de cualquier recluta.
Principales diferencias que determinan la manera de abordar las cuestiones de hecho y las de valor
- En las cuestiones de valoración, la controversia se produce sobre el juicio que nos merecen las acciones pasadas, presentes o futuras.
- Valoramos la calidad de las cosas con un doble criterio: utilidad y licitud.
- El argumento pragmático evalúa hechos o intenciones por sus efectos prácticos.
- Actúa en dos pasos:
- Enumeración de las consecuencias.
- Ponderación de las favorables frente a las desfavorables.
- Se replica de tres maneras:
- Porque no se han calculado bien las consecuencias.
- Porque no se valoran las consecuencias del mismo modo.
- Con un argumento moral.
- Llamamos argumento de principio, o moral, al que juzga las acciones en razón de si respetan o quiebran normas morales o legales.
- Hemos señalado que se replica de tres maneras:
- Por no ser el principio relevante para el caso.
- Porque no lo viola.
- Porque lo contrapesan otras consideraciones, bien sean pragmáticas o morales.
- No es posible sostener una valoración sin considerar las circunstancias del hecho, con lo que surgen cuestiones especificas:
- la cuestión del QUIÉN lo ha hecho o lo propone.
- la cuestión del CUÁNDO se ha hecho o se pretende hacerlo.
- la cuestión del CÓMO se ha hecho o se pretende hacerlo.
- la cuestión del DÓNDE se hizo o se pretende hacer.
- la cuestión del PARA QUÉ se ha hecho o se propone y con qué MEDIOS.
- Una vez delimitada la cuestión al hecho o a alguna de sus circunstancias, aplicamos los criterios de utilidad y licitud:
- Si CONVIENE hacer esto, hacerlo así, hacerlo ahora, etc: No era conveniente hacerlo en aquél momento.
- Si es JUSTO hacerlo, hacerlo así, etc: fue inmoral hacerlo de esa manera.
- Valoramos la calidad de las cosas con los criterios de utilidad y moralidad.
- Llamamos argumento pragmático al que considera la utilidad en razón de las ventajas e inconvenientes que se derivan de un acontecimiento o de una acción. Apela a valores materiales.
- Llamamos argumento moral al que juzga las acciones en razón de si respetan o quiebran normas establecidas. Apela a valores morales.
El argumento pragmático evalúa hechos o intenciones por sus efectos prácticos.
- Actúa en dos pasos:
- Enumeración de las consecuencias.
- Ponderación de las favorables frente a las desfavorables.
Se replica de tres maneras:
- Con una conjetura: Porque no se han calculado bien las consecuencias.
- Con otra valoración: Porque no se estiman las consecuencias del mismo modo.
- Con un argumento moral: porque no es lícito.
Llamamos argumento moral o de principio, al que juzga las acciones en razón de si respetan o quiebran normas morales. Se replica de tres maneras:
- Por no ser el principio relevante para el caso.
- Porque no lo viola.
- Porque lo contrapesan otras consideraciones, bien sean pragmáticas o morales.
Caemos con facilidad en el error de tratar las Cuestiones de valoración como si fueran Cuestiones de hecho. No es lo mismo discutir cómo son las cosas o cómo ocurren los fenómenos, que razonar sobre cómo debe juzgarse algo, o qué debemos escoger para lograr un fin. No se argumenta de la misma manera sobre si la luna tiene atmósfera que sobre la ley del divorcio. Son problemas diferentes y conviene recordar algunas de las cosas señaladas:
- Ningún juicio de valor ofrece una verdad incontestable. Todos son relativos y todos son discutibles.
- Los valores forman jerarquías, cuyas prioridades fundamentan la mayor parte de las discusiones. No argumentamos a favor o en contra de un determinado valor, sino a favor o en contra de su prioridad.
- Las cuestiones de valoración son cuestiones de grado. Las cosas son buenas o malas hasta cierto punto. De aquí que, con frecuencia, las mejores soluciones sean combinaciones en mayor o menor grado de las propuestas enfrentadas.
Depende de lo que pretendamos. Quien expone un juicio de valor y no desea persuadir a nadie, se ahorra la justificación porque su gusto es soberano.
Por el contrario, si uno pretende persuadir a otros para que compartan las mismas valoraciones, deberá fundamentarlas, justificarlas con buenas razones, cargarse de razón. Para ello precisará apelar a criterios compartidos por los oyentes sobre lo que es bueno y malo en general. No es difícil disponer de ellos cuando juzgamos en términos de utilidad o moralidad.
Lo contrario ocurre en las valoraciones estéticas, porque carecemos de criterios compartidos sobre lo bello o lo placentero. No se puede dar razón del gusto.
El principal criterio para juzgar la calidad de una acción es el de lo útil o conveniente, es decir, lo que permite alcanzar un bien (o incrementarlo), o rechazar un mal (o reducirlo). Consideramos inútil lo que no contribuye al logro de un determinado fin.
Cuando evaluamos acciones, al criterio de utilidad acompaña el de moralidad. Decimos que está bien lo que es útil, pero también lo que respeta las normas morales o legales, y que está mal lo contrario. Así, pues, los criterios que empleamos para juzgar la calidad de las conductas son dos: lo útil y lo moral. Al valorar acciones del pasado o intenciones para el futuro, nos preguntamos si fueron o serán útiles, si fueron o serán lícitas. Con estos criterios, quien desee menospreciar unos hechos o rechazar una propuesta (valoración negativa), alegará:
Cuando apelamos a la utilidad empleamos un argumento pragmático. Al recurrir a la licitud exponemos un argumento moral o de principio.
Como su nombre indica, se ocupa de evaluar hechos o intenciones por sus efectos prácticos. Juzgamos del árbol por sus frutos y de las decisiones, por sus consecuencias. Es bueno el efecto, luego es buena la causa - Aristóteles.
Precede a cualquier decisión: Votar, comprar una casa, cambiar de trabajo, casarse, tener hijos, divorciarse, invertir en el mercado de valores, etc. plantean problemas que se resuelven ponderando ventajas e inconvenientes, es decir, consecuencias favorables o desfavorables. Por las consecuencias se aconseja y se disuade, se acusa y se defiende, se elogia y se censura.
Así, pues, en su desarrollo podemos distinguir dos pasos:
Disponemos de tres caminos:
Una
¿Es probable que se produzcan las consecuencias previstas?.
Otra
¿Superan las ventajas a los inconvenientes?
Un
¿Viola algún principio moral importante?
El argumento moral presupone que debemos actuar guiados por principios o deberes y evitar, en consecuencia, todas las acciones que los violen. Actúa como una especie de condición, o de aduana, que se alza frente al argumento pragmático para dejarle pasar o rechazarlo.
Puede apelar a valores superiores (libertad, justicia, igualdad), deberes (cuidar de la propia familia, respetar la naturaleza), o derechos (libertad de palabra, igualdad de sexos, intimidad).
Se argumenta del mismo modo que el pragmático:
Disponemos de tres caminos:
A menudo, la respuesta a un argumento moral es un argumento pragmático: se sostiene que respetar el principio en cuestión sería demasiado costoso, peligroso, largo, contraproducente… en una palabra, que las consideraciones prácticas contrapesan a las morales.
Esta tensión entre argumentos pragmáticos y argumentos de principios es frecuentísima, tanto al enjuiciar hechos del pasado como al analizar planes para el futuro. No es raro que renunciemos a la razón moral por tener la fiesta en paz.
Un argumento de principio se puede replicar también apelando a otro principio que, argüimos, pesa más.
Son tres los tipos de investigación del deber: uno, cuando deliberamos si algo es honesto o vergonzoso; dos, si es útil o inútil; y tres, cómo hay que juzgar cuando los otros dos parecen pugnar entre sí - Cicerón
En la mayor parte de las discusiones no se plantean divergencias de orden moral o legal. Supuesta la licitud de una medida, ambas partes discuten exclusivamente sobre su utilidad: si es conveniente o pernicioso; si es eficaz o inútil; si esto es más conveniente que aquello. Cuando hemos de escoger entre dos posibilidades, se discute cuál es más útil, y si ambas son de utilidad pareja, entonces se añaden valoraciones morales. Lo justo se suma a lo útil.
En otras ocasiones, las posturas en litigio defienden, bien algo que es útil aunque admita reparos morales (matar al secuestrador de un avión; trasladar un pueblo para construir un pantano), bien algo de suyo lícito que origina perjuicios materiales.
Se puede defender lo más justo sacrificando lo útil en cuyo caso, acentuamos el bien de la justicia, el deber o el honor, al tiempo que reducimos la importancia de los inconvenientes.
También cabe defender lo útil sacrificando lo justo. Entre los dos extremos de utilidad y justicia podemos imaginar multitud de posiciones intermedias que intenten armonizar los valores en litigio. Sea cual fuere la postura elegida, deberá justificarse con las mejores razones disponibles.
Justificamos nuestras decisiones cuando buscamos el bien mayor, tanto si juzgamos éste con criterios de calidad (el que protege un valor jerárquicamente superior), como si apelamos a la cantidad: el que ofrece más beneficios o alcanza a mayor número de personas.
Si hemos de juzgar en el marco de unas circunstancias determinadas, es lógico que ante cualquier hecho, iniciativa, o incluso frente a lo que se llama un globo sonda, surjan las preguntas familiares: ¿quién lo hace? ¿para qué? ¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde?.
Así, algunas iniciativas se rechazan porque las circunstancias no son oportunas. Se puede discrepar en los fines, se puede discrepar en los medios, y se puede discrepar en la relación entre ambos: si los medios son adecuados, o no, a los fines que se pretenden. El fin determina los medios que se han de emplear para conseguirlo. En otras palabras, los medios deben ser adecuados al propósito perseguido. De lo contrario se consideran gratuitos, inútiles o sospechosos.A su vez, los medios determinan el fin. Es obvio que no podemos tomar en serio ningún propósito para el que no se disponga de instrumentos. Nuestros objetivos nacen y se transforman con arreglo a la disponibilidad de medios.
A continuación se examinan dos situaciones donde las cuestiones básicas (conjeturales, nominales y evaluativas) se resuelven de manera entremezcladas:
Deliberar consiste en comparar las ventajas y los inconvenientes de cada opción que mejor conducen a un fin (futuro). Al deliberar, recorremos las tres cuestiones básicas, igual que en las cuestiones de conocimiento, salvo que ahora lo hacemos al servicio de un objetivo mucho más exigente: ¿qué hacer?: ¿es posible hacerlo? ¿cómo lo llamaremos? ¿qué nos parece?
- Es un debate mixto que se ‘ocupa de la acción y en el que intervienen las tres cuestiones básicas.
- En cada uno de sus pasos, se argumenta con los criterios conocidos: posible, útil, justo.
- Quien defiende una propuesta ha de probar:
- Que existe un problema: derivado de la situación, grave e inminente.
- Que dispone de un ‘plan: eficaz y factible.
- Que el plan ofrece ventajas verosímiles y significativas, amén de otras indirectas.
- Que no conlleva inconvenientes: imprevistos, importantes o que pesen más que los beneficios.
- Que no existe otro camino más ventajoso.
- Quien se oponga al plan, sostendrá lo contrario y bastará con que rechace justificadamente cualquiera de los puntos.
- Las falacias más directamente asociadas a la deliberación son:
- El Argumento de la pendiente resbaladiza, que exagera sin fundamento las consecuencias desfavorables.
- La Confusión de deseos y realidad (wishful thinking) que exagera sin fundamento las consecuencias favorables.
- La Falacia ad consequentiam que introduce valoraciones que no hacen al caso.
Ya los conocemos. Se delibera con los mismos que hemos reseñado al tratar las cuestiones simples: posibilidad, utilidad y moralidad. El más persuasivo suele ser la utilidad. Los demás rondan alrededor de ella, como condiciones.
Todo hecho participa de ambas perspectivas, de modo que a nadie que sostenga cualquiera de los dos planteamientos le faltará qué decir.
Escogemos el criterio más eficaz en función de la sensibilidad de nuestro auditorio. El más persuasivo suele ser la utilidad. Los demás rondan alrededor de ella, como condiciones.
Lo que se delibera, o es ciertamente posible, o no. Si es dudosa la posibilidad, esta será la cuestión única o principal […] Luego se delibera sobre lo útil, o la duda estará entre lo útil y lo honesto. Quintiliano.
En toda deliberación se sostiene que existe un medio para alcanzar un objetivo. Hay un problema que deseamos solucionar o eludir y disponemos de un procedimiento para lograrlo. Se nos presentan, pues, tres grandes cuestiones que debemos examinar sucesivamente:
Quien desee oponerse a un proyecto, juega con ventaja porque no precisa ser tan exhaustivo como el defensor. Así como éste ha de resolver favorablemente todos los puntos que susciten controversia, al atacante le basta con rechazar justificadamente cualquiera de ellos. Puede, pues, concentrar su crítica en el escalón que considere más débil.
Las opciones de la réplica se pueden ordenar como sigue:
En una palabra, que está bien, pero no así, que está bien pero se puede mejorar, que está bien pero conviene esperar un momento más oportuno. Es ésta la clase de argumento que tan a menudo vemos empleado por quienes, siendo en realidad contrarios a una propuesta, tienen temor o vergüenza de ser tenidos por tales. Acaso digan que la aprueban, que discrepan sólo en cuanto al momento más adecuado para tomarla. Pero suele ser más cierto que querrían verla derrotada para siempre.
Este recurso no es privativo de la oposición. El gobierno lo utiliza cuantas veces debe rechazar enmiendas a sus leyes o cambios en sus proyectos: no es oportuno, conviene estudiarlo más despacio…
Existen tres variedades muy populares:
Con frecuencia, el análisis del pasado da lugar a debates mixtos en los que intervienen las tres cuestiones básicas.
Una forma peculiar la ofrece el
debate sobre responsabilidades
, cuyas cuestiones son:
Si el responsable intervino en los hechos. Se trata de una cuestión conjetural para determinar el grado de participación y su importancia.
Si transgredió alguna normativa, en que se intenta calificar la participación en razón de la obligación incumplida.
Si lo que se hizo tiene
justificación
. Es una valoración. Se discute si estuvo bien realizado un hecho de suyo censurable,
o se puede excusar
.
- Se justifica:
- Apelando a las ventajas obtenidas.
- Invocando el derecho o la moral.
- Alegando el mal menor.
- Se alegan excusas para disculpar a la persona cuyo acto no admite justificación. Las principales son:
- Transferencia de culpa.
- Pretextar condiciones irresistibles.
- Atribuir los hechos al azar.
- Apelar a la ignorancia.
- Cuando ni siquiera hay lugar para las excusas, quedan dos recursos:
- Pedir perdón.
- Rechazar al acusador.
Si procede castigar al responsable. Se trata de una deliberación, esto es, otro debate.
Las responsabilidades admiten distintos niveles y diversos grados. Unas preceden a los hechos: la del instigador, la del contratista que ladronea materiales, la del ingeniero que no vigila, la del ayuntamiento que consiente viviendas en las ramblas. Otras son contemporáneas a los hechos: la de quien ejecuta el acto, la de sus colaboradores. Otras son posteriores: la del encubridor. En fin, caben responsabilidades por acción o por omisión. El primer paso, pues, consiste en delimitar sobre quién discutimos, cuál fue el momento de su intervención, el grado de responsabilidad que le corresponde y la importancia de ésta.
El defensor, amparado en las circunstancias del caso, alegará que la intervención de su defendido era imposible; de ser posible, dirá que no es verosímil y, si esto tampoco resulta convincente, que se trata de una acusación sin pruebas (como en la cuestión conjetural).
cuando las responsabilidades parecen borrosas, conviene señalar qué es lo que se ha hecho mal, porque no todo el mundo conoce las obligaciones de todo el mundo. De otro modo ni podremos calificar los hechos ni sabremos si la actuación es censurable.
En el caso de responsabilidades públicas se sobreentiende que se ha defraudado la confianza de los ciudadanos (voluntaria o involuntariamente), sin la cual ningún gobernante está legitimado para continuar en su puesto. Se pierde la confianza por falta de sinceridad (mentir), capacidad (equivocarse) y, sobre todo, por deshonestidad.
En un enjuiciamiento la valoración es siempre negativa.
El acusador no precisa insistir en ello salvo para subrayar la gravedad de la trasgresión. Una vez probados los hechos, la carga de la prueba corresponde al defensor. Debe éste intentar modificar la valoración de los hechos justificándolos. Si no lo consigue, intentará salvar al responsable alegando excusas.
Lo hizo, pero hizo bien
, porque:
Hizo mal, pero puede disculparse.
Cuando no se puede alegar ninguna excusa quedan todavía dos recursos: pedir perdón y rechazar al acusador.
Llegados a este punto nos introducimos en otro debate porque, evidentemente, se trata de una deliberación sobre “qué hacer con e responsable”. Hemos de resolver sobre lo más justo y lo más útil dentro de lo posible.
Cuestión conjetural
Considera exclusivamente los hechos.
Se trata de un debate previo a cualquier otro.
La polémica puede surgir de los hechos en sí (Qué) o de sus circunstancias (Quién, Cuándo, Cómo, Con qué medios y Por qué).
Se argumenta en términos de
probabilidad
, porque existen, o no,
indicios
o
motivos
y porque el hecho es
posible
y
muy probable
. En el grado que se den estas condiciones se estima que la
explicación
es
verosímil
.
Indicio
es un hecho conocido que sugiere la existencia de otro con el que mantiene una
relación
:
- causal
- de coexistencia
- de sucesión o
- de semejanza
Motivo
es la causa de hacer algo. Los motivos básicos son dos:
- obtención de un bien y
- evitación de un mal.
Es posible todo lo que, habiendo voluntad, puede ocurrir porque no está reñido con las leyes de la naturaleza, no es absurdo, cuenta con los medios adecuados y no tropieza con obstáculos infranqueables. En las cosas posibles nos interesa su probabilidad y su facilidad.
Cuestión nominal
Esta cuestión se plantea cuando el desacuerdo radica en el nombre que hemos de aplicar a hechos que no se discuten.
El instrumento principal para la defensa y el rechazo de las denominaciones es la definición.
La definición puede ser
- informativa o
- argumentativa.
Pueden surgir dos cuestiones diferentes: sobre la
definición
y sobre
su aplicación a un caso dado
.
- Refutamos la definición cuando es falsa.
- La probamos recurriendo al uso establecido (diccionarios, sinónimos, etimología), a sus contrarios, a las consecuencias indeseables que se derivarían de su aceptación.
- Rechazamos la aplicación de un término apelando a las diferencias respecto a lo definido.
La controversia puede ser de dos tipos: simple o doble, según se dispute acerca de un nombre o de dos.
Definimos señalando el género e indicando las diferencias distintivas (causas, efectos, fines, condiciones, forma, materia, ejemplos, etc.) que sean necesarias para delimitar unívocamente el concepto.
Empleamos el tipo de definición que mejor sirve a nuestras conclusiones. Entre las
tácticas
al servicio de la definición están:
- la redefinición o reclasificación,
- el eufemismo (para endulzar el concepto),
- la degradación del nombre (para endurecer el concepto) y
- su elusión.
Cuestión evaluativa
En las cuestiones de valoración, la controversia se produce sobre el juicio que nos merecen las acciones pasadas, presentes o futuras.
No es posible sostener una valoración sin considerar las
circunstancias del hecho
, con lo que surgen cuestiones especificas:
- la cuestión del Quién lo ha hecho o lo propone.
- la cuestión del Cuando se ha hecho o se pretende hacerlo.
- la cuestión del Cómo se ha hecho o se pretende hacerlo.
- la cuestión del Donde se hizo o se pretende hacer.
- la cuestión del Para qué se ha hecho o se propone y con qué Medios.
Una vez delimitada la cuestión al hecho o a alguna de sus circunstancias, aplicamos los criterios de utilidad (argumentación pragmática) y licitud (argumentación moral):
- Si Conviene hacer esto, hacerlo así, hacerlo ahora, etc: No era conveniente hacerlo en aquél momento.
- Si es Justo hacerlo, hacerlo así, etc: fue inmoral hacerlo de esa manera.
El
argumento pragmático
evalúa hechos o intenciones por sus efectos prácticos.
- Actúa en dos pasos:
- Enumeración de las consecuencias.
- Ponderación de las favorables frente a las desfavorables.
- Se replica de tres maneras:
- Porque no se han calculado bien las consecuencias.
- Porque no se valoran las consecuencias del mismo modo.
- Con un argumento moral.
Llamamos
argumento de principio
, o
moral
, al que juzga las acciones en razón de si respetan o quiebran normas morales o legales.
- Hemos señalado que se replica de tres maneras:
- Por no ser el principio relevante para el caso.
- Porque no lo viola.
- Porque lo contrapesan otras consideraciones, bien sean pragmáticas o morales.
[Uso de Razón por García Damborenea.](http://usoderazon.com | ) |