Definiciones

Controversia

Es el debate que surge entre dos opiniones contradictorias.

Cuestión

el aspecto del asunto en que se condensa la controversia.

Cuestiones básicas o de conocimiento

pueden ser:

Conjetural: cuando se discuten hechos que no son patentes.

Nominal: si se disputa sobre el nombre.

Evaluativa: que se refiere a la valoración.

En la mayor parte de los debates complejos, que plantean cuestiones de acción

responde a dos modelos:

Deliberación, sobre qué hacer.

Enjuiciamiento, de una responsabilidad

División a la tarea de señalar y ordenar todas las cuestiones que pueden intervenir en un debate.

Introducción

  1. El primer esfuerzo que reclama todo debate consiste en fijar bien la cuestión y dividirla en los puntos que sea menester, para no malgastar palabrerías que no vienen al caso e impedir que el adversario se vaya por las ramas.

  2. Delimitación del debate: Todo lo que se discute se reduce a tres cues­tiones (de conocimiento): Si existe la cosa (hechos), qué es la cosa (nombre) y cómo es la cosa (valoración).

    • Discuto sobre la existencia de los hechos. Si algo ha sido, es o será.
    • No discuto la existencia de los hechos, sino el nombre que merecen.
    • No discuto los hechos, ni me importa su nombre. Discuto sobre su valoración.
  3. Todo lo que uno sostenga y todo lo que a uno le nieguen, estará incluido en una de estas posibilidades y, en consecuencia, exigirá un determino modelo argumental:

    • En una cuestión conjetural hemos de probar que los hechos son ciertos o no (que sucedió, que sucederá). Argumentamos sobre lo posible, lo probable y lo verosímil.
    • En una cuestión nominal, probamos que los hechos se adaptan a unas definiciones mejor que a otras. Definimos y aplicamos las definiciones.
    • En la cuestión de valoración, se trata de si los hechos nos parecen bien o mal. Defendemos juicios de valor apoyándonos en criterios de utilidad y moralidad.
  4. Debates que suscita la acción: Generalmente discutimos al servicio de la acción (praxis). Queremos dejar sen­tado cómo son las cosas por­que nos esperan preguntas adicionales:

    ¿hay que hacer algo? ¿qué es lo que habría que hacer? ¿cómo conseguirlo?

    . Estamos hablando de

    cues­tiones de ac­ción

    . Nos interesan las cues­tiones de conocimiento como preludio y fun­damento de nuestras decisiones.

    • La deliberación (¿qué hacer?):
    • El enjuiciamiento (¿quién es el respon­sable?)
  5. Si no queremos dar facilidades a un contrincante, importa cuidar dos cosas:

    • Hay que centrar o acotar el debate para que no se desvíe de la cuestión que está en cada momento sobre la mesa.
    • Si se tratan diversas cuestiones, que se guarde el orden que la lógica reclama. Es necesario por tanto dividir el debate, a no ser que se quiera confundir al auditorio.

Cuestión de hechos o conjetural

Síntesis

Mientras no esté resuelta esta cuestión, mientras no sepamos o aceptemos que las cosas han ocurrido u ocurren y que lo hacen de ésta o de aquélla manera, será prematura cualquier consideración sobre el nombre o la evaluación de las mismas. No es posible discutir con sentido la valoración de algo cuya existencia no está razonablemente admitida. Esto puede sonar a perogrullada, pero en el terreno de las disputas todas las precauciones son pocas.

En el mismo grado en que se den estas condiciones, estimaremos que la explicación es verosímil.

Los hechos y sus circustancias

No conjeturamos sobre hechos aislados, sino en la perspectiva de una situación determinada mediante una serie de preguntas (quién, cuándo, dónde, cómo, con qué medios y por qué)

Los criterios de la conjetura

Sea cual fuere la conjetura que realicemos, los asideros de nuestro razonamiento son que existan indicios o motivos y que los hechos sean posibles y probables.

Defensa y rechazo

Si trasladamos lo dicho a un debate real, quien pretenda sostener que un hecho dudoso es cierto, alegará:

Por el contrario, quien desee negar la existencia de un hecho, aducirá:

Como regla general, se puede establecer el siguiente orden en las posiciones defensivas:

  1. Negar la posibilidad del hecho.
  2. Si no cabe negarla, porque es posible, negar la verosimilitud.
  3. Si esto tampoco cabe, porque es verosímil, sostener que no hay pruebas

La verosimilitud y su contraria se aplican tanto a los hechos como a sus circunstancias

Cuestión de palabras o nominal

Síntesis

Si la cuestión nominal es irrelevante (de las que no mejoran nuestro conocimiento ni modifican nuestra actitud), záfese de ella. No pierda el tiempo en discusiones estériles. Traslade el debate a la cuestión de valoración.

Hay cuestiones que son puramente de palabras y otras que son puramente de hechos. En ambos casos, al no existir contaminación entre los hechos y las palabras, el debate se simplifica. En ocasiones, sin embargo, es preciso tocar ambas cuestiones y conviene no mezclarlas, porque es una insensatez discutir sobre los nombres cuando no existe acuerdo sobre los hechos.

Para distinguir con claridad las dos clases de cuestiones, conviene adquirir el hábito mental de preguntarnos: los que discuten ¿admiten o no los mismos hechos? Veamos algunos ejemplos.

Las tácticas que empleamos en la cuestión nominal son:

Rechazamos la definición

Rechazamos la aplicación

La definición y sus clases

Definir es ofrecer el significado o la clasificación de una palabra, persona, objeto o acto. Cuando discutimos sobre un término es porque su margen de significación es elástico y conviene precisarlo. Definimos (señalamos los fines) para delimitar (poner límites) o determinar (fijar los términos de) un concepto, con el fin de distinguirlo de otros con los que pudiera confundirse. Es un juicio que establece los límites de un concepto.

Las definiciones tienen dos funciones prácticas:

Doble cuestión

Como acabamos de ver, la asignación de un nombre nos conduce a su definición. Parece un mismo debate, pero son dos cuestiones distintas que abordamos sucesivamente.

Con frecuencia planteamos ambas cuestiones: defendemos una definición y sostenemos su aplicación al caso que se discute o la inversa.

Controversia simple o doble

Cómo definir

Toda definición se basa en semejanzas y diferencias.

Todo lo que contribuya a señalar diferencias entre una cosa y sus semejantes tiene cabida en la definición. Por ejemplo,

De la misma manera se puede recurrir a las partes (tiene tres lados), la materia (plástico), la forma (redondo), el tamaño (el más largo), la posición (el tercero), el tiempo (antes de las doce semanas), las peculiaridades (usa gafas); los ejemplos (un libro es esto que está usted leyendo), la etimología, los sinónimos, y las comparaciones.

Disponemos de una gran libertad para definir a condición de no retorcer o traicionar el concepto que designamos. Podemos utilizar la definición que mejor nos cuadre, pero hemos de procurar que sea breve (no un folleto explicativo), clara (más que el término definido), completa y precisa.

Cómo argumentar con las definiciciones

Cuando necesitamos definir algo podemos hacer dos cosas: emplear las definiciones tal y como están en sus fuentes, o modificarlas.

Otras tácticas posibles son:

Al nombrar las cosas orientamos la valoración de los hechos y con ello propiciamos el rechazo o la aceptación de una propuesta que los corrija. Por eso, con altísima frecuencia, los nombres se emplean con la exclusiva intención de menospreciar los actos, las ideas o los propósitos del adversario; en otras palabras, para favorecer juicios de valor y calificaciones morales.

Al ofrecer denominaciones degradantes sugerimos implícitamente una valoración negativa. Con la misma palabra parece que resolvemos la cuestión nominal y la evaluativa, pero no es así. Nuestro contrincante sabrá distinguir las dos cosas: discutirá por un lado la denominación y por otro, sea ésta cual fuere, la valoración.

Como refutar definiciones

Dado que el argumento consta de una definición y su aplicación a un caso, podemos arruinarlo atacando cualquiera de las dos premisas: puede ser mala la definición o puede estar mal aplicada al caso que se discute.

La definición es vulnerable cuando traiciona el concepto que pretende definir, bien porque es falsa o porque es incompleta. Nuestras ideas podrán ser más o menos nebulosas y, en consecuencia, admitir toda clase de precisiones.

Para oponerse a una definición convencional opondrá otra más amplia que señale nuevos matices. Ante una redefinición esgrimirá la definición convencional. Si la definición era subjetiva (que expresa una preferencia personal o de grupo) buscará definiciones objetivas y viceversa.

Cuestión de valoración

Síntesis

El tercer debate que suscitan los hechos se ocupa de su valoración. Ya no se trata de polemizar sobre si las cosas son o no son, si ocurrieron u ocurrirán, de esta o de aquella manera. Tampoco se discute si debemos bautizarlas con un nombre u otro.

En esta cuestión nos limitamos a establecer si los hechos evidentes o admitidos —y se llamen como se llamen— nos parecen bien o nos parecen mal; si la iniciativa que se nos propone la estimamos aceptable o perniciosa.

Una misma cosa puede parecer buena y mala, es decir, admite valoraciones contradictorias. Esta es la principal carac­terística de la cues­tión que nos ocupa.

En los juicios de valor no tiene sen­tido afir­mar: es cier­to que es bueno; es men­tira que sea cómodo… No se exponen para decir la ver­dad, sino para ofrecer una apreciación. Lo opuesto a una ver­dad es una falsedad; lo opuesto a una valoración es otra valoración. Ante ellas lo único que cabe es compar­tirlas o rechazarlas.

Empleamos con frecuen­cia el verbo ser: esto es bueno, como si tuviéramos un conocimien­to preciso de la calidad objetiva de las cosas. No es así. Para cualquier persona con las meninges sin al­midonar, queda sobreen­ten­dido que se ha dicho: esto me parece bueno, lo que e­quivale a admitir que pueden exis­tir pareceres contradictorios justificados.

Padecemos una deformación educativa que nos in­duce a plantear las cues­tiones de valor como si se tratara de problemas de hecho. Nos gustan las ideas claras y contrastadas, modelo blanco y negro: frente a la piedad situamos la impiedad; ante lo justo, lo injusto y, en general, frente a la ver­dad, el error. Esta manera de pensar se llama, con razón, dog­mática, y es muy atrac­tiva porque ahorra mucha energía mental: el preservativo es malo; mentir, reprobable; la eutanasia, un crimen. Cuan­do las ideas son simples, su aplicación a las cosas está al alcance de cualquier recluta.

Principales diferencias que deter­minan la manera de abordar las cues­tiones de hecho y las de valor

El argumento pragmático evalúa hechos o intenciones por sus efectos prácticos.

Se replica de tres maneras:

Llamamos ar­gumento moral o de principio, al que juzga las acciones en razón de si respetan o quiebran normas morales. Se replica de tres maneras:

Caemos con facilidad en el error de tratar las Cuestiones de valoración como si fueran Cues­tiones de hecho. No es lo mismo discutir cómo son las cosas o cómo ocur­ren los fenómenos, que razonar sobre cómo debe juzgarse algo, o qué debemos escoger para lograr un fin. No se ar­gumenta de la misma manera sobre si la luna tiene atmósfera que sobre la ley del divor­cio. Son problemas diferentes y conviene recor­dar algunas de las cosas señaladas:

Cómo justificar un juicio de valor

Depende de lo que pretendamos. Quien ex­pone un juicio de valor y no desea per­suadir a nadie, se ahorra la jus­tificación porque su gusto es soberano.

Por el contrario, si uno pretende persuadir a otros para que compartan las mismas valoraciones, deberá fundamentarlas, jus­tificarlas con buenas razones, cargarse de razón. Para ello precisará apelar a criterios compar­tidos por los oyentes sobre lo que es bueno y malo en general. No es difícil disponer de ellos cuando juzgamos en tér­minos de utilidad o moralidad.

Lo contrario ocurre en las valoraciones es­téticas, porque carecemos de criterios com­par­tidos sobre lo bello o lo placentero. No se puede dar razón del gusto.

Criterios para valorar

El principal criterio para juzgar la calidad de una acción es el de lo útil o con­veniente, es decir, lo que permite alcanzar un bien (o incremen­tarlo), o rechazar un mal (o reducirlo). Consideramos inútil lo que no contribuye al logro de un determinado fin.

Cuando evaluamos acciones, al criterio de utilidad acompaña el de moralidad. Decimos que está bien lo que es útil, pero también lo que respeta las nor­mas morales o legales, y que está mal lo contrario. Así, pues, los criterios que empleamos para juzgar la calidad de las conductas son dos: lo útil y lo moral. Al valorar ac­ciones del pasado o inten­ciones para el futuro, nos preguntamos si fueron o serán útiles, si fueron o serán lícitas. Con estos criterios, quien desee menospreciar unos hechos o rechazar una propues­ta (valoración negativa), alegará:

Cuando apelamos a la utilidad empleamos un argumento prag­mático. Al recur­rir a la licitud exponemos un argumento moral o de principio.

El argumento pragmático

Como su nombre indica, se ocupa de evaluar hechos o inten­ciones por sus efectos prácticos. Juzgamos del árbol por sus frutos y de las decisiones, por sus consecuencias. Es bueno el efecto, luego es buena la causa - Aristóteles.

Precede a cualquier decisión: Votar, comprar una casa, cambiar de trabajo, casarse, tener hijos, divor­ciarse, in­vertir en el mer­cado de valores, etc. plan­tean problemas que se resuelven ponderando ven­tajas e incon­venientes, es decir, con­secuencias favorables o des­favorables. Por las con­secuencias se aconseja y se disuade, se acusa y se defiende, se elogia y se cen­sura.

Así, pues, en su desa­rrollo podemos dis­tin­guir dos pasos:

  1. Enumeración de las consecuencias.
  2. Ponderación de las favorables frente a las desfavorables.

Cómo replicar un argumento pragmático

Disponemos de tres caminos:

  1. Una

    conjetura

    ¿Es probable que se produzcan las consecuencias previstas?.

    • No es fácil considerar todas las consecuencias de un acto, que pueden ser directas o indirec­tas; previsibles o imprevisibles; seguras o hipotéticas. Puede que ol­videmos algunas, bien porque no con­temos con los imprevis­tos, bien porque menospreciemos los efec­tos colaterales.
  2. Otra

    valoración

    ¿Superan las ventajas a los inconvenientes?

    • Tomamos las decisiones basándonos en las con­secuencias direc­tas, a corto plazo. Las más impor­tantes aparecen más tarde, pero se nos escapan.
  3. Un

    argumento moral

    ¿Viola algún principio moral importante?

    • La moral es un pretex­to valiosísimo para reves­tir de honorabilidad una crítica mal inten­cionada. Es mucho más frecuente que se censure a un gobier­no por ser injusto, in­solidario, ir­respetuoso con las liber­tades…etc., que por ser ineficaz.

El argumento moral

El argumento moral presupone que debemos actuar guiados por prin­cipios o deberes y evitar, en consecuencia, todas las acciones que los violen. Actúa como una especie de con­dición, o de aduana, que se alza frente al ar­gumento prag­mático para dejarle pasar o rechazarlo.

Puede apelar a valores superiores (libertad, justicia, igualdad), deberes (cuidar de la propia familia, respetar la naturaleza), o derechos (libertad de palabra, igual­dad de sexos, intimidad).

Se argumenta del mismo modo que el pragmático:

  1. Enumeración de las consecuencias.
  2. Ponderación de las favorables frente a las desfavorables.

Cómo replicar un argumento moral

Disponemos de tres caminos:

A menudo, la respuesta a un argumento moral es un argumento prag­mático: se sostiene que respetar el principio en cuestión sería demasiado costoso, peligroso, largo, contraproducente… en una palabra, que las con­sideraciones prácticas contrapesan a las morales.

Esta tensión entre argumentos pragmáticos y ar­gumen­tos de prin­cipios es frecuentísima, tanto al enjuiciar hechos del pasado como al analizar planes para el futuro. No es raro que renunciemos a la razón moral por tener la fiesta en paz.

Un argumento de principio se puede replicar también apelando a otro prin­cipio que, argüimos, pesa más.

Conflictos

Son tres los tipos de investigación del deber: uno, cuando deliberamos si algo es honesto o vergonzoso; dos, si es útil o inútil; y tres, cómo hay que juzgar cuando los otros dos parecen pugnar entre sí - Cicerón

En la mayor parte de las discusiones no se plantean divergencias de orden moral o legal. Supuesta la licitud de una medida, ambas partes dis­cuten exclusivamente sobre su utilidad: si es conveniente o pernicioso; si es eficaz o inútil; si esto es más con­veniente que aquello. Cuando hemos de escoger entre dos posibilidades, se dis­cute cuál es más útil, y si ambas son de utilidad pareja, en­ton­ces se añaden valoraciones morales. Lo justo se suma a lo útil.

En otras ocasiones, las posturas en litigio defienden, bien algo que es útil aun­que admita reparos morales (matar al secuestrador de un avión; tras­ladar un pueblo para construir un pantano), bien algo de suyo lícito que origina perjuicios materiales.

Se puede defender lo más justo sacrificando lo útil en cuyo caso, acentuamos el bien de la justicia, el deber o el honor, al tiempo que reducimos la importancia de los inconvenien­tes.

También cabe defender lo útil sacrificando lo justo. Entre los dos extremos de utilidad y justicia podemos imaginar multitud de posiciones intermedias que intenten armonizar los valores en litigio. Sea cual fuere la postura elegida, deberá jus­tificar­se con las mejores razones disponibles.

Justificamos nuestras decisiones cuando buscamos el bien mayor, tanto si juz­gamos éste con criterios de calidad (el que protege un valor jerár­quicamente superior), como si apelamos a la cantidad: el que ofrece más beneficios o alcan­za a mayor número de personas.

Evaluación de casos y no de principios

Si hemos de juzgar en el marco de unas circunstancias deter­minadas, es lógico que ante cualquier hecho, iniciativa, o incluso frente a lo que se llama un globo sonda, surjan las pregun­tas familiares: ¿quién lo hace? ¿para qué? ¿cómo? ¿cuá­ndo? ¿dónde?.

Así, al­gunas iniciativas se rechazan porque las circunstancias no son opor­tunas. Se puede discrepar en los fines, se puede discrepar en los medios, y se puede discrepar en la relación entre am­bos: si los medios son adecuados, o no, a los fines que se preten­den. El fin determina los medios que se han de emplear para con­seguirlo. En otras palabras, los medios deben ser adecuados al propósito per­seguido. De lo contrario se con­sideran gratuitos, inútiles o sospechosos.A su vez, los medios determinan el fin. Es obvio que no podemos tomar en serio ningún propósito para el que no se dispon­ga de instrumentos. Nuestros ob­jetivos nacen y se transfor­man con arreglo a la disponibilidad de medios.

Situaciones prácticas

A continuación se examinan dos situaciones donde las cuestiones básicas (conjeturales, nominales y evaluativas) se resuelven de manera entremezcladas:

Deliberación

Deliberar consiste en comparar las ven­tajas y los inconvenientes de cada opción que mejor conducen a un fin (futuro). Al deliberar, recorremos las tres cuestiones básicas, igual que en las cuestiones de conocimiento, salvo que ahora lo hacemos al servicio de un objetivo mucho más exigente: ¿qué hacer?: ¿es posible hacerlo? ¿cómo lo llamaremos? ¿qué nos parece?

Síntesis

Criterios

Ya los conocemos. Se delibera con los mismos que hemos reseñado al tratar las cuestiones simples: posibilidad, utilidad y moralidad. El más persuasivo suele ser la utilidad. Los demás rondan alrededor de ella, como condiciones.

Todo hecho participa de ambas perspectivas, de modo que a nadie que sostenga cualquiera de los dos planteamientos le faltará qué decir.

Escogemos el criterio más eficaz en función de la sensibilidad de nuestro auditorio. El más persuasivo suele ser la utilidad. Los demás rondan alrededor de ella, como condiciones.

Lo que se delibera, o es ciertamente posible, o no. Si es dudosa la posibilidad, esta será la cuestión única o principal […] Luego se delibera sobre lo útil, o la duda estará entre lo útil y lo honesto. Quintiliano.

Defensa

En toda deliberación se sostiene que existe un medio para alcanzar un objetivo. Hay un problema que deseamos solucionar o eludir y disponemos de un procedimiento para lograrlo. Se nos presentan, pues, tres grandes cuestiones que debemos examinar sucesivamente:

  1. ¿Por qué hay que hacer algo? ¿Tenemos algún problema?
    • Surge un problema cuando deseamos alguna cosa, es decir, cuando hemos de establecer los medios para alcanzar un fin; por ejemplo, lograr un bien. Establecidos los fines surge el problema de escoger los medios más adecuados para alcanzarlo.
    • Del mismo modo se plantean las cosas cuando procuramos evitar un mal, por ejemplo, cuando nuestros deseos se ven amenazados por los acontecimientos, en cuyo caso hemos de modificar los hábitos establecidos. La situación vigente, el actual estado de cosas o, si se quiere, el Statu Quo, no se altera salvo que alguien lo cuestione. Quien pretende un cambio asume la carga de la prueba, esto es, la obligación de ofrecer argumentos que justifiquen la necesidad del cambio.
    • Claro está que no basta con señalar un objetivo para que surja la deliberación. Será preciso mostrar, además, que el problema es grave e inminente.
    • Si anunciamos dificultades a plazo largo, será difícil persuadir a nadie para que modifique su conducta. Este es el caso de los argumentos que señalan la gravedad del deterioro ecológico del planeta o las dificultades que padecerá el vigente sistema de seguridad social para pagar las pensiones dentro de cincuenta años.
    • Por eso, en todos estos casos es más persuasivo emplear argumentos de principio, por ejemplo: las obligaciones que tenemos hoy con nuestros descendientes. Si las consecuencias de un problema no son evidentes, como ocurre con una osteoporosis que no existe aún pero que aparecerá si no se toman medidas desde ahora, no queda otro recurso que el argumento de autoridad, en este caso, la de un médico, para resaltar la actualidad y la importancia del problema.
    • En todos estos casos, si no se expone el problema con claridad resulta imposible pretender que, quienes hayan de adoptar medidas para resolverlo, se interesen.
  2. ¿qué hay que hacer? ¿disponemos de una solución?
    • Disponemos de solución si lo que proponemos es eficaz y factible, es decir, si resuelve el problema y está a nuestro alcance porque no lo invalidan barreras materiales o morales infranqueables.
    • Un plan es eficaz (útil) cuando permite lograr lo que se persigue.
      • La solución debe solventar el asunto atacando su raíz, es decir, sus causas. Cuando son varios los factores que contribuyen a un problema, conviene abordarlos todos. No todos los factores tienen la misma importancia.
    • Un plan es factible cuando se puede realizar. Ha de ser posible y fácil o, al menos, sin obstáculos previsibles insuperables.
    • El plan ha de ser posible y útil, pero también lícito en cada uno de sus aspectos.
  3. ¿Es lo mejor que se puede hacer?¿ofrece nuestra propuesta más ventajas y menos inconvenientes que cualquier otra­?
    • En cualquier discusión nos gusta exponer de manera contrastada las ventajas con los inconvenientes porque resulta más gráfico y, sobre todo, más persuasivo: de una parte… y de la otra…; por un lado… y por otro….
      • Ventajas: Esta es la consideración más importante, porque es la que vende (hace atractiva) la propuesta. Cuando una sugerencia ofrece ventajas evidentes, nos inclinamos sin dificultad a su realización. Al exponer las ventajas nos interesa subrayar tres cosas:
        • Se producirán los resultados esperados: Sus resultados deben parecer altamente probables, con lo que volvemos a conjeturar. ¿Son probables los resultados en sí? ¿Lo son en las presentes circunstancias? Hay cosas cuyo alcance parece verosímil pero en otro tiempo, en otro lugar, de otra manera…
        • Lo harán en un grado significativo: ¿En qué grado se estima que nuestra propuesta corregirá la situación? ¿Lo hará en todo, en parte, de manera significativa o irrelevante? ¿Representan los resultados una mejora tan importante como para justificar el esfuerzo?
        • ¿Nos beneficiaremos de otras ventajas adicionales?: Todas las ventajas ayudan. Si un plan produce efectos indirectos que sean beneficiosos, nos inclinaremos con más gusto a realizarlo. con los ahorros de nuestra propuesta se pueden acometer otros problemas pendientes.
          • Cuando se trata de continuar una tarea emprendida, puede ser útil apelar al argumento del despilfarro:Si una obra está inciada, no parece razonable interrumpirla. El argumento del despilfarro pondera el esfuerzo que ya se ha realizado, el dinero invertido y los sacrificios soportados, para no desistir del empeño. En la misma dirección se mueve el razonamiento que sostiene la imposibilidad de retroceder en el camino emprendido.
          • Otro argumento auxiliar es el que sugiere la expresión coloquial ya puestos: Lo aplicamos siempre que nos parece que no conviene dejar escapar la ocasión o que podemos sacar partido de unos medios dispuestos para otro fin
          • Cuando las ventajas no parecen claras, cabe recurrir a procedimientos indirectos. Por ejemplo, como aconsejaba Aristóteles, aquello cuyo contrario es malo, es bueno; aquello cuyo contrario conviene a los enemigos, es bueno, etc.
          • Como parte de la utilidad, solemos considerar el honor y la gloria. Con frecuencia se adoptan muchas decisiones que no persiguen otro beneficio que el buen nombre, la buena fama, el prestigio o, sencillamente, el que no se diga. La vanidad es un motor demasiado importante como para olvidarlo, porque influye en las decisiones, bien como argumento principal, bien como cortejo de razones más sólidas. Su corolario, la vergüenza, es otro gran determinante de la acción. Hay quien no roba, acaba la carrera, se casa, paga sus impuestos o guarda silencio… por vergüenza.
      • Inconvenientes: Aquí nos interesa probar dos cosas:
        • que solamente se producirán los inconvenientes esperados y no otros. ¿Están bien calculados los inconvenientes? (conjetura)
          • Cualquier iniciativa conlleva desventajas: mover un dedo exige un esfuerzo; no todo el mundo se toma la molestia de recoger una moneda del suelo. Los planes implican perjuicios, riesgos, el abandono de otras actividades. Importa que una propuesta no sea demasiado costosa, ni excesivamente larga, ni tope con objeciones morales mayores.
        • que no serán importantes. ¿Son importantes? (Valoración)
          • Se supone que no. Quien hace una propuesta y no puede ocultar las desventajas, reduce hasta donde puede la importancia de éstas.
          • Conviene recordar en este punto las preguntas que asociábamos a los argumentos morales: ¿Se viola algún principio importante? ¿Es relevante tal principio en este caso?
    • Sólo nos queda mostrar dos cosas:
      • que las ventajas compensan los inconvenientes: Supuesto que los inconvenientes son importantes, siempre cabe argüir que las ventajas pesan más
      • que es la mejor de las opciones posibles: El plan debe ser el mejor de los posibles. Si existen otros caminos para alcanzar el mismo fin, será preciso compararlos con el nuestro:

Rechazo

Quien desee oponerse a un proyecto, juega con ventaja porque no precisa ser tan exhaustivo como el defensor. Así como éste ha de resolver favorablemente todos los puntos que susciten controversia, al atacante le basta con rechazar justificadamente cualquiera de ellos. Puede, pues, concentrar su crítica en el escalón que considere más débil.

Las opciones de la réplica se pueden ordenar como sigue:

En una palabra, que está bien, pero no así, que está bien pero se puede mejorar, que está bien pero conviene esperar un momento más oportuno. Es ésta la clase de argumento que tan a menudo vemos empleado por quienes, siendo en realidad contrarios a una propuesta, tienen temor o vergüenza de ser tenidos por tales. Acaso digan que la aprueban, que discrepan sólo en cuanto al momento más adecuado para tomarla. Pero suele ser más cierto que querrían verla derrotada para siempre.

Este recurso no es privativo de la oposición. El gobierno lo utiliza cuantas veces debe rechazar enmiendas a sus leyes o cambios en sus proyectos: no es oportuno, conviene estudiarlo más despacio…

Falacias habituales

Existen tres variedades muy populares:

Errores comunes

  1. En las cuestiones de acción no existe la solución única.
  2. Tampoco existe la solución perfecta.
  3. No siempre podemos escoger entre bienes.
  4. Se olvidan las soluciones de compromiso.
  5. Equivocamos el tempo

Enjuiciamiento

Síntesis

Intervención

Las responsabilidades admiten distintos niveles y diversos grados. Unas preceden a los hechos: la del instigador, la del contratista que ladronea materiales, la del ingeniero que no vigila, la del ayuntamiento que consiente viviendas en las ramblas. Otras son contemporáneas a los hechos: la de quien ejecuta el acto, la de sus colaboradores. Otras son posteriores: la del encubridor. En fin, caben responsabilidades por acción o por omisión. El primer paso, pues, consiste en delimitar sobre quién discutimos, cuál fue el momento de su intervención, el grado de responsabilidad que le corresponde y la importancia de ésta.

El defensor, amparado en las circunstancias del caso, alegará que la intervención de su defendido era imposible; de ser posible, dirá que no es verosímil y, si esto tampoco resulta convincente, que se trata de una acusación sin pruebas (como en la cuestión conjetural).

Transgresión normativa

cuando las responsabilidades parecen borrosas, conviene señalar qué es lo que se ha hecho mal, porque no todo el mundo conoce las obligaciones de todo el mundo. De otro modo ni podremos calificar los hechos ni sabremos si la actuación es censurable.

En el caso de responsabilidades públicas se sobreentiende que se ha defraudado la confianza de los ciudadanos (voluntaria o involuntariamente), sin la cual ningún gobernante está legitimado para continuar en su puesto. Se pierde la confianza por falta de sinceridad (mentir), capacidad (equivocarse) y, sobre todo, por deshonestidad.

Justificación

En un enjuiciamiento la valoración es siempre negativa.

El acusador no precisa insistir en ello salvo para subrayar la gravedad de la trasgresión. Una vez probados los hechos, la carga de la prueba corresponde al defensor. Debe éste intentar modificar la valoración de los hechos justificándolos. Si no lo consigue, intentará salvar al responsable alegando excusas.

  1. Justificación

    Lo hizo, pero hizo bien

    , porque:

    • Que se ha actuado de acuerdo con el derecho o la moral. Tenía derecho a hacer lo que hizo.
    • Que se trata de una acción muy útil.
    • Que se escogió el mal menor. Ninguna de las opciones era buena, incluida la omisión. Hubo que escoger la menos mala para evitar un mal mayor: ¿Qué hubiera hecho otro en mi lugar?
  2. Excusas

    Hizo mal, pero puede disculparse.

    • Transferir la culpa incluyendo a las circunstancias (enajenación mental pasajera, prisas, el mal estado de la carretera…)
    • Condiciones irresistibles son aquellas que limitan o anulan nuestra libertad: coacción física o moral, estado de necesidad, miedo.
    • Se atribuyen los hechos al azar o a un accidente para manifestar que los resultados no estaban en nuestras manos ni en nuestra intención. Fue un caso de mala suerte.
    • Se apela a la ignorancia
      • porque se carece de competencia
      • porque no se conocían los detalles del hecho

Cuando no se puede alegar ninguna excusa quedan todavía dos recursos: pedir perdón y rechazar al acusador.

Decisión de acciones

Llegados a este punto nos introducimos en otro debate porque, evidentemente, se trata de una deliberación sobre “qué hacer con e responsable”. Hemos de resolver sobre lo más justo y lo más útil dentro de lo posible.

Resumen

Cuestiones básicas

Cuestión conjetural

Cuestión nominal

Cuestión evaluativa

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