Estas anotaciones vienen inspiradas por la siguiente podcast, donde se trata las últimas tendencias de la sociedad y las universidades en concreto para proteger la sensibilidad de los individuos y algunos grupos sociales concretos.
NOTA: Sin duda es un tema complejo. Me he querido centrar en las cuestiones debatidas en el podcast, pero existen muchas otras, como el riesgo que suponen los sesgos cognitivos y su explotación por algunos individuos o grupos, consiguiendo su máxima eficacia empleando las nuevas tecnologías como el big data y la inteligencia artificial.
Antes de leerme algún libro mencionado en el podcast y cualquier otro que me resulte interesante para profundizar en el tema, quiero recoger aquí mis impresiones iniciales, de modo que más adelante tras informarme, reflexionar y buscar estudios científicos sobre la cuestión, pueda evaluar cuan desencaminado estoy ahora.
La cuestión concreta del podcast es “Si trigger warning, not platforming y safe spaces están dañando nuestra mente”. La discusión se centra principalmente en el ámbito universitario, donde quizás se estén produciendo mayoritariamente estos movimientos. No lo sé, pero prefiero extender esta cuestión, por razones de utilidad, a la sociedad en general.
Primero recogeré los argumentos que recuerdo para posteriormente describir mis propias opiniones.
La historia ha demostrado que la moral es variable, porque no contiene una verdad absoluta. Responde simplemente a las costumbres y la cultura. Por ello, el contenido no debe de ser limitado.
El modo de decir las cosas, puede añadir matices al contenido y hacer que se reciba como un mensaje más o menos ofensivo, por ejemplo. Reconozco que es deseable, que las maneras en que se expresan las ideas resulten lo más respetuosas a las sensibilidades posibles, siempre y cuando no se altere el mensaje en sí mismo. Aceptando la libertad como un principio rector Siempre que imponer reglas para que las ideas se expresen de manera respetuosa no impliquen la incapacidad permanente de expresarlas, creo aceptable que se apliquen. Al fin y al cabo, cuanto más racional sea un intercambio de ideas, mayor será su utilidad, ya que no existirán otros factores como los sentimientos que nublen el juicio y reduzcan las posibilidades de obtener algún resultado del mismo.
Precisamente, creo que este es uno de los argumentos de las personas que defienden los “espacios seguros” en las universidades, o la existencia de filtros y alarmas en las redes sociales. La complejidad radica en la subjetividad de la cuestión. ¿Qué es un comentario irrespetuoso, violento o insensible? ¿Quién lo decide? Entiendo que hay que tener en cuenta distintos factores. Al menos, se debe considerar el contexto y las características intrínsecas tanto del emisor, como del receptor. Por ejemplo, no es lo mismo realizar un comentario para una audiencia universitaria que infantil. Existen medios, cuyos perfiles de receptores no se puede predeterminar con seguridad, o cuyo alcance es demasiado amplio.
Es cierto que según quién se expresa, su mensaje cobre mayor o menor credibilidad. Esto se debe al sesgo de “Autoridad”, donde se presupone que una persona, dada su experiencia y conocimientos está más calificada que otras sobre un tema concreto. Esto normalmente es cierto, pero dicho sesgo no considera las intenciones del emisor a la hora de emitir su mensaje, ni se ocupa de comprobar si el conocimiento y capacidad que se le presupone es cierto. Lo mismo ocurre con una persona que a priori está menos cualificada.
Por otro lado, existen ocasiones en las que se considera que un individuo tiene mayor o menor “autoridad moral”, que el resto. De nuevo, la moralidad es relativa, así que hay que ir con pies de plomo en este asunto. Se puede, por ejemplo, poner en duda si un convicto por un crimen de odio, tiene o no derecho a expresar públicamente su opinión sobre un asunto relacionado. Es esperable, que sus ideas, resulten dolorosas a, por decir algo, los familiares de las víctimas de sus acciones. Como regla general, creo que es beneficioso para la sociedad que los convictos también disfruten de dicha libertad, ya que por ejemplo, esto puede permitirles publicitar los casos en el que sistema el sistema penitenciario se haya corrompido o que denuncien excesos en los poderes públicos. No obstante, dado el ejemplo anterior, me parece razonable que la libertad de expresión se limite, únicamente en casos muy evidentes en que pueden suponer un daño a personas inocentes, en el contexto de los hechos condenados. Deben, no obstante, existir garantías suficientes para asegurar que en ningún caso existan limitaciones con respecto a crímenes no violentos y así se evita la perversión del sistema judicial que pueda derivar, por ejemplo, en la limitación de libertad de expresión en personas cuyas opiniones sean incómodas al gobierno, personas u organizaciones poderosas o simplemente contrarias a la opinión pública.
Existen otros colectivos con enfermedades mentales que les hacen más sensibles a algunas cuestiones que los demás quizás consideremos normales. Creo que deben ser los propios individuos los que decidan si se quieren exponer o no a dichas situaciones. La sociedad en general no es un medio controlado, pero existen lugares o instituciones reguladas cuyo “caos” puede ser medido. En las universidades, por ejemplo, creo que es posible que dichos individuos publiciten su condición, con única intención la de informar y que los demás modulen sus interacciones. No digo que limiten su libertad de expresión, simplemente que el simple conocimiento de la presencia de una persona con, por ejemplo, Asperger le permita avisar de que lo que va a decir puede resultarle ofensivo. No es una solución perfecta, ni siquiera aplicable en muchos casos, pero es quizás un pequeño avance.
Análogamente, pueden existir otros colectivos que por cuestiones ideológicas, raciales o sexuales, entre otras, tengan mayor sensibilidad a ciertas cuestiones. Puede tratarse de personas que han tenido una infancia o vida complicada, que hayan estado en minoría y se sientan en desventaja.
Las sociedades contemporáneas son diversas y tienden a ser inclusivas. Esto implica que todos estamos expuestos a ideas, grupos sociales y demás muy distintos entre sí y a los valores e ideas que hemos interiorizado. Quizás algunos nos resulten ofensivos. ¿Eso significa que nos debemos aislar en una burbuja de individuos y organizaciones semejantes? En mi opinión, la respuesta es un rotundo NO. Encontrarnos fuera de nuestra zona de confort nos fuerza a enfrentarnos a nuevas situaciones y encontrar nuevas soluciones. Nos ayudan por tanto a crecer como personas. La cuestión es, por tanto, ¿como lograr que dichas experiencias “incómodas” no superen nuestros niveles de estrés o de sensibilidad para que la interacción sea positiva? Parece que algunos creen que los trigger warning, not platforming y safe spaces son parte de la solución. ¿Existen otras maneras mejores o complementarias?.
Compartimentar la sociedad en grupos incomunicados es malo para todos Mientras escuchaba el debate no pude evitar pensar que la discusión solo admitía un SI o un NO. Creo que la creación de “espacios seguros”, trigger warnings, etc. pueden ser herramientas útiles enmarcadas en contextos concretos, sin que eso signifique la fragmentación de la sociedad.
Por ejemplo, cabe la posibilidad de que las universidades cuenten con espacios seguros sin que esto implique que toda la universidad lo sea. Quizás pueden existir espacios, dentro de la universidad en los que distintos colectivos puedan sentirse seguros, puedan reducir sus niveles de estrés, organizarse, compartir pensamientos y posteriormente, volver a la “vida real” y afrontarla con más herramientas y en mejor estado anímico y mental. Por otro lado, las clases no creo que debieran ser parte de dichos espacios seguros. Un profesor no debería ser cohibido para decir lo que piensa ni para desafiar las opiniones de sus alumnos. Esto no significa que las clases deban ser una especie de dictadura, así como el profesor debe de tener la libertad de expresión, sus alumnos también y deben existir unos reglamentos de conducta definidos que garanticen el respeto y seguridad de todos los individuos. Volvemos a la cuestión pues de no limitar el contenido, si acaso el modo. Promover discusiones razonables y respetuosas, no veo como puede ser inútil o perjudicial.
Además una sociedad libre y diversa debe tener garantizado su derecho de reunión y organización. Son precisamente los movimientos organizados los que ganan fuerza suficiente para cuestionar las ideas y poderes establecidos, promoviendo así el cambio. Que dicho cambio se traduzca en progreso depende entre otras cuestiones que exista una interacción “sana” entre los distintos sectores sociales y que los poderes se encuentren en cierto modo equilibrados. Las minorías deben tener la capacidad de organización para contrarrestar en la medida de lo posible su desventaja inicial.
La nuestra es una sociedad en continuo conflicto de intereses, la propia diversidad social lo hace inevitable. Pretender eliminar todo conflicto creo que es una visión simplista de las cosas, del mismo modo que pretender que las cosas se mantengan como son, sin permitir iniciativas que faciliten su resolución reduciendo el coste emocional de los individuos. Lo cierto es que cuanto mas abierta sea la sociedad, y mayor libertad tenemos para decir y ser escuchados, más interiorizaremos la sociedad como nuestra.
La libre expresión puede ponerse en riesgo a sí misma Es evidente que la propia existencia de esta libertad y permitir que personas o grupos que no la defienden puedan expresarse libre y públicamente aumenta el riesgo de que su mensaje capte la atención de otros individuos hasta el momento ajenos a su ideología y les influya para involucrarse en su misión de destruirla.
La solución ideal a este problema, no puede ser limitar el impacto mediático de dichas personas o grupos sociales. Aunque en la práctica no es así, no se puede defender una libertad y a la vez limitarla. La libertad de expresión es un pilar democrático básico porque es una herramienta que permite limitar la capacidad de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial a sobre limitarse en sus deberes. Es en cierto modo un sistema de alarma comunitario. Al mismo tiempo es el medio por el que la sociedad se informa, se educa e influye. El cambio o el progreso comienza, después de la generación de una idea, cuando se comparte, se adapta y al final se ejecuta.
Por todo ello, creo que aporta mayores garantías de éxito, a la vez que se reducen los riesgos de obtener resultados indeseados, si en vez de limitar discrecionalmente el derecho a expresarse libremente, se fomentara una buena educación basada en valores democráticos, la evidencia y el pensamiento crítico. Si se logra de manera consistente en el tiempo, eventualmente se lograría una sociedad más inmune a la manipulación y con herramientas suficientes para determinar por sí misma sus intereses y actuar en consecuencia. Es decir, el riesgo que la libre expresión otorgue poder a sectores interesados en destruirla se reduce si la sociedad está más y mejor educada. No es una solución infalible, ni cortoplacista, pero creo que más efectiva y que no menoscaba los principios rectores democráticos.
Las universidades históricamente han sido irracionales y han reforzado o defendido ideologías que excluían a las minorías Las universidades, históricamente y en la actualidad, cuentan con prestigio y autoridad suficientes para influir en la sociedad. Es cierto, que en el pasado dichas instituciones se han comportado irracionalmente, defendiendo ideologías que excluían a las minorías. Algunas son muy conservadoras y tienen un peso e inercias tales que dificultan la aceptación del cambio. Igualmente, las universidades han sido el germen e invernadero de muchas ideas progresistas e incluso reaccionarias. Al fin y al cabo, la universidad es el reflejo de una porción, quizás elitista, de la sociedad. Y como tal, existen poderes establecidos y otros en proceso de desarrollo con potencial para desbancarlos.
Lo bueno de las universidades es que son sub-sociedades con sus propias reglas más o menos democráticas, con un respeto mayúsculo a la verdad fundamentada en el método científico. Esto hace que en su seno, por muy lento que sea, siempre se promueve y acepte el cambio - una vez se presente suficiente evidencia científica para ello. Es un proceso lento pero imparable. Es por tanto, un sector donde, por ejemplo, la manipulación interesada cuenta con mucha menos capacidad de influencia.
Es por ello que defiendo que la sociedad en general debería parecerse más a Universidad y no al revés. Son instituciones que ajena conocimiento, atesorándolo y generándolo, el pilar del progreso. Es un sistema que funciona. Con ello no digo que no se pueda mejorar, pero los cambios que se introduzcan tienen que hacerse de modo que en ningún caso pongan en riesgo sus principios fundamentales.
Si la existencia de espacios seguros, realmente mejora el rendimiento de los estudiantes que pertenecen a las minorías y son implantadas de modo que no se produzca menoscabo en el intercambio de ideas ni en la calidad de la educación, no veo razón para que se acepte dicha innovación.
Parte del crecimiento personal requiere de conflicto No soy psicólogo, ni estoy especialmente informado en la cuestión. Sin embargo, parece razonable, y encaja con mi propia experiencia, pensar que es precisamente en los momentos de adversidad cuando uno aprende muchas lecciones. Es cierto, no obstante, que también se puede aprender sin necesidad del estrés que supone una complicación sobrevenida.
Personalmente opino, que existen maneras de dirigir el propio crecimiento personal, de manera estructurada y con dosis de estrés suficientes, con el único objetivo de optimizar el aprendizaje y sin ánimo de reducir la exposición personal a situaciones difíciles. Simplemente creo que dicha exposición debe cumplir ciertas condiciones previas para que el potencial beneficio sea interiorizado.
Desarrollar el pensamiento crítico, por ejemplo, requiere otra serie de capacidades previas y madurez. En el contexto universitario, creo que ya se presuponen dichas condiciones previas, aunque no siempre se dan y de ahí la necesidad de algunos alumnos de “protegerse” de ambientes hostiles. Esta hostilidad, en realidad y en la mayoría de los casos, no es real sino es percibida y con una educación adecuada y personalizada se puede lograr una mayor robustez o anti-fragilidad de carácter.
Creo que cuanto más madura es una persona, más cómoda se encuentra en la discordia o fuera de su espacio de confort. En lo que hay que trabajar es en aumentar dicha madurez o resiliencia, de manera saludable. Una vez se logre esto, su necesidad por espacios seguros disminuirá. Por supuesto, lo que no se puede permitir es que se limite la educación de tal modo que sea el más inmaduro o sensible el que marque los límites del profesor. Me parece más razonable un enfoque relacionado con la transparencia. Es decir, si en un aula o una lección concreta se prevé que surjan cuestiones que puedan herir los sensibilidades, este hecho se podría anunciar previamente de modo que cada alumno decida csi exponerse a ello o no. Adicionalmente, creo que los espacios seguros, en su justa medida puedan ser beneficiosos siempre que no se generalice el concepto hasta limitar las libertades del profesorado y del resto de alumnos.
La raiz del problema en cuestión creo que es por un lado, la infantilización o inmadurez de la sociedad en general y, por el otro, las capacidades cognitivas desarrolladas y conocimientos adquiridos por sus miembros durante las etapas iniciales de la vida.
Una sociedad basada en el conocimiento, en la que se ofrezca una calidad educativa, y en la que exista el respeto a la diversidad en todas sus formas, es en realidad la mejor solución al problema.
Las libertades no se deben limitar, al revés, se deben ampliar para que cada uno pueda desarrollar su vida de la manera que considere más oportuna. Que eso no entre en conflicto con las libertades de los demás depende en gran medida de la “calidad ciudadana” y por supuesto, en última instancia del sistema de derecho.