Si analizamos el avance tecnológico de cualquier rama en particular, vemos que el progreso generalmente implica el surgimiento de nuevas tecnologías. Es decir, de nuevas maneras de hacer lo mismo o, en los casos más disruptivos, nuevas maneras de hacer nuevas cosas.

Progresar tecnológicamente supone nuevas oportunidades de desarrollo en diversidad de áreas, no sólo científico-tecnológicas sino también en las sociales y ambientales. Desde este punto de vista, el progreso origina un círculo virtuoso ya que el mismo tiene la capacidad de generar nuevos progresos adicionales, que a su vez darán lugar a otros, perpetuando el ciclo. Otra característica es su potencial explosivo, tiene cierto carácter exponencial, ya que una innovación particular puede dar lugar a más de una mejora subsiguiente en más de un campo.

Como cada descubrimiento e innovación tiene impacto en diversos campos del conocimiento, su gestión requiere de nuevos recursos en cada uno de ellos. Es decir, que los recursos necesarios crecen también de manera exponencial. Al menos si se quiere mantener el ritmo del progreso acelerado. Adicionalmente, es posible que el incremento de dichos recursos no se corresponda linealmente con el progreso. Quiero decir, que si el progreso crece exponencialmente, los recursos también deben de hacerlo pero en aún mayor medida. Esto es así, ya que con cada nuevo escalón la dificultad aumenta. Dado que las capacidades intelectuales humanas no mejoran, se requiere mayor especialización. Dicha especialización dificulta algunas posibles sinergias al dominar distintas áreas de conocimiento. De ahí que se tenga que suplir la especialización con equipos interdisciplinares, es decir, más recursos humanos y menor eficiencia, dada la necesidad de una coordinación efectiva.

Por otro lado, el progreso también tiene aspectos negativos, como efectos indeseados (inesperados o no) del uso de nuevas tecnologías. Uno de esas efectos indeseados es la fragilidad tecnológica, vista desde un punto de vista de su mantenimiento y alcance por parte de la sociedad. Dicha fragilidad se manifiesta cuando resulta muy complicado o costoso de mantener o de emplear.

El origen de esta reflexión ha sido la idea de que una tecnología de “bajo nivel” no es tal cosa si para emplearla o mantenerla se emplean tecnologías de un “nivel superior”.

Pongamos el ejemplo de la carpintería. Los recursos empleados son de “bajo nivel” ya que la madera es de fácil acceso y requiere de pocos pasos de transformación. Por tanto, podríamos pensar que la carpintería es una tecnología de “bajo nivel”, pero esto no es del todo cierto. Existen diversos niveles tecnológicos en la carpintería. Existen distintos niveles técnicos, que elevan la tecnología a planos superiores. Empleando algunas técnicas de carpintería se obtienen mejores resultados (estabilidad, versatilidad, durabilidad, estética, etc…) que empleando otras. En algunos casos, técnicas más antiguas logran resultados de mayor calidad, aunque a costa de mayores tiempos de fabricación, mayores tolerancias, costes, etc… En otros casos, métodos de cálculo distintos permiten mayores capacidades de carga u optimización de recursos como la materia prima. Incluso el tipo de herramientas empleadas determinan el nivel tecnológico real. Si se emplean, por ejemplo, herramientas de acero, la tecnología requerida es de hecho superior a lo que inicialmente se pensaría de la madera, pues necesitamos de materiales más difíciles de conseguir que requieren procesos de transformación complejos y costosos. Si en vez de herramientas de acero, se emplean máquinas CNC el nivel es aun mayor. Nada tiene que ver el nivel tecnológico de la carpintería descrita en estos casos, que dependen de otras tecnologías, con la más básica que solo emplea materiales y herramientas de un nivel de desarrollo equivalentes.

Con todo ello, lo que quiero decir es que generalmente el progreso tecnológico crea una cadena de dependencias. Cada eslabón es un riesgo, pues en caso de fallo puede comprometer la utilidad de la tecnología que de él depende. Es decir, a mayor dependencia mayor fragilidad.

Si la supervivencia de una persona o sociedad depende de tecnologías sofisticadas pero frágiles el riesgo que se está aceptando es muy alto ya que existen muchas posibles causas de fallo con efectos potencialmente catastróficos. Cualquier evento con posibilidad de afectar a la cadena de dependencias, limitan nuestra capacidad de aplicar las técnicas requeridas para el mantenimiento de las tecnologías que nos resultan vitales.

En cierto modo, sobretodo en lo relacionado a las necesidades básicas de subsistencia, lo superior es en realidad aquello que cualquiera puede fabricar y manterner, con los menores recursos necesarios. Igualmente cierto es que, muchas de las necesidades básicas no se pueden asegurar con la misma eficacia sin emplear tecnologías más desarrolladas. Un claro ejemplo de ello es el campo de la sanidad, ciertas enfermedades no pueden ser diagnosticadas y tratadas sin emplear tecnologías más avanzadas. En estos casos, es de máxima importancia identificar las posibles causas de fallo para elaborar estrategias y planes de contingencia que mejoren la resiliencia tecnológica, y por ende la de nuestra civilización.

Volver arriba