Introducción

La consciencia identitaria es una de las causas de división social más potentes aunque también de unión, dependiendo de las circunstancias.

Existen infinidad de características que compartimos con otros grupos e individuos y no todas derivan de nuestras preferencias personales, pues algunas nos vienen dadas aleatoriamente (como nuestras características biológicas, donde hayamos nacido, etc..). En cualquier caso, si que es fruto de nuestra elección aceptar que nos definan, que nos identifiquemos con ellas o no, y por supuesto, que condicionen nuestro comportamiento.

La naturaleza identitaria

La naturaleza de identidad es compleja, pues en ciertos casos puede resultar de extrema importancia y en otros no. Las circunstancias, el rol que desempeñemos en un momento dado, la evolución en el modo de ver las cosas con el paso del tiempo, determinan tanto que tributos identitarios resultan pertinentes como su grado de relevancia. No siempre nos identificamos con lo mismo ni le damos la misma importancia.

Una mayor bagaje cultural y reflexión intelectual, nos aporta una amplia visión de las cosas, incrementando el abanico de opciones disponibles, y nos aporta también una visión más profunda de las cosas, incrementando nuestra percepción de los matices.

De todos modos, existe un componente biológico para nuestra tendencia a etiquetar las cosas. Es una herramienta cognitiva que nos facilita la comprensión de lo que nos rodea. Esto incluye nuestra percepción individual y de grupo. La visión del “nosotros y ellos”, parece que es común a todas las sociedades y, probablemente, haya tenido una utilidad evolutiva para asegurar nuestra supervivencia, para protegernos de lo desconocido porque puede ser peligroso. Del mismo modo, nuestra capacidad cognitiva nos ha permitido trascender los límites que otros mamíferos parecen tener y nos ha facilitado lograr innovaciones sociales y tecnológicas inigualables en el reino animal. Precisamente dicha capacidad cognitiva, es la que nos permite no sucumbir a nuestros instintos básicos y, al ser consciente de estos, poder modular nuestro comportamiento bajos reglas autoimpuestas y procesos reflexivos.

Puede parecer razonable, bajo esta necesidad inherente nuestra, a tratar de describirnos por las características que creemos nos hace especiales, buenos o mejores. Requiere cierta madurez y reflexión darnos cuenta, que en realidad no lo somos. Es posible también que quizás prefiramos identificarnos con los grupos a los que pertenecemos. Somos animales sociales y tenemos la necesidad sentir pertenencia a grupos que nos aportan seguridad, que cubra nuestras necesidades más básicas y nos estimule. Pertenecer a un grupo social puede aportarnos autoestima y generarnos un sentimiento de orgullo. A veces, estos grupos son colectivos imaginarios que cultural o étnicamente son similares a nosotros. Dentro del infinito abanico de tributos identitarios que somos capaces de imaginar, es muy posible que las ideas, valores, cultura que respetamos o religión que procesemos nos parezca suficientemente importantes como para pensar que esto nos define.

El carácter excluyente de la identidad

Modular nuestro comportamiento de acuerdo a las creencias y valores que respetamos es algo muy loable, porque significa que nos esforzamos en hacer lo que creemos es mejor. Sin embargo, respetar y defender nuestras creencias son cosas muy diferentes. La primera es una cuestión puramente interna, mientras que la segunda implica cierta influencia en los demás, o al menos interacción con el exterior. De modo similar comportarnos de una manera y ser de una manera son cosas distintas. Al decir que “somos” de una manera estamos describiéndonos, incluyéndonos en una categoría imaginaria. Una vez creada dicha categoría resulta prácticamente inevitable identificar a los que “son” como nosotros y los que no. Se crea casi de inmediata una división de nuestro mundo basada en lo que “es” y “no es”. Lo normal es que nos identifiquemos con algo que consideramos bueno, y por tanto, el resto lo vemos como algo peor. Resulta evidente que lo natural sea, defender lo que consideramos mejor de lo peor y, en algunos casos más extremos, atacar lo que consideramos malo. Es decir, una fuerte percepción identitaria merma nuestra capacidad de tolerancia hacia lo que quede excluido de dicha identidad.

Cualquier sentimiento identitario comporta riesgos. En mi opinión, el mayor riesgo viene de atributos identitarios aleatorios, que son el resultado de seguir sentimientos e impulsos sin un filtro reflexivo previo. Este tipo identificación puede ser elegida por el sujeto, uno puede “decidir” identificarse con su raza, pero de ninguna manera podrá identificarse con los de otra raza, aunque tengan muchas cosas en común, la raza siempre será algo que los divida, porque es invariable. En el mejor de los casos, cuando uno se de cuenta que son más y más importantes las cosas comunes que las diferencias, es posible decidir dejar de identificarse con su raza. No obstante, cambiar de opinión a veces resulta difícil, más aún si ya perteneces a un grupo de manera abierta que puede ejercer cierta influencia y presión sobre los individuos que lo componen. Es además mas complicado cambiar de sentimiento que de opinión.

Dicho esto, parece que tiene mucho más sentido crear una identidad basada en las ideas y valores que compartimos. Esto, como adelantaba, no está libre de riesgos. Incluso cuando nuestras ideas y valores están incluidas en la ética mayoritariamente aceptada, cabe la posibilidad de que en ciertas circunstancias no sea siempre las mas adecuadas. Por supuesto, no nos debemos constreñir a lo mayoritariamente aceptada. La opinión mayoritaria, para empezar puede no ser tal cosa, sino una mera ilusión, quizás porque los que piensan de otra manera no los promueven tanto como los que opinan de otra. Si por el contrario, existiera tal caso, puede que se mantenga así por simples sesgos cognitivos. La percepción de opinión mayoritaria, es de hecho, un fuerte punto de anclaje que dificulta un cambio y crea dogma. En cualquier caso, sea mayoritaria o no, nuestra opinión siempre puede estar errada.

La identidad en política

Hasta ahora me he centrado en la percepción identitaria personal, pero la manera en que te identifican los demás en una sociedad puede tener un impacto real en nuestras vidas. Una sociedad desigual, es natural y quizás hasta cierto punto deseable. No obstante, cuanto mayor igualdad exista más probabilidades hay de que la vida social se desarrolle en armonía y libre de conflictos. Por esto, resulta muy importante que se tengan en cuenta las identidades en la política.

Es necesario que exista consciencia política sobre las identidades que proliferan en la sociedad y si su existencia afecta a la igualdad de oportunidades de las personas. El clasismo, racismo o machismo, son algunos de los ejemplos en los que cualquier individuo puede sufrir discriminación debido a como otras personas la identifican. Dicha discriminación puede venir de la sociedad en general y de las instituciones, siendo esta incluso formal, es decir, respaldada por leyes, normas y costumbres arraigadas. Aceptando la igualdad como un principio rector de una sociedad justa, toda diferencia de trato u oportunidades debe intentar ser erradicada. La promulgación de leyes igualitarias y que desincentiven o penalicen comportamientos discriminatorios, adecuar las normas y protocolos de las instituciones públicas, así como asegurar un sistema educativo en línea con lo anterior.

Los riesgos que suponen las identidades pueden también manifestarse en la política. Quizás el debate y actividad política, en vez de promover la igualdad y el respeto en la diversidad, se enfoque en remarcar dichas diferencias identitarias para obtener unos privilegios o excluir de estos a ciertos grupos sociales.

El debate político probablemente sea un mero reflejo de lo que ocurre en otros ámbitos sociales. Sin embargo, cabe también la posibilidad, de que unos pocos grupos sociales, logren una visibilidad desproporcionada con respecto a su representación de la sociedad civil real. En ese caso, obtienen la capacidad de generar artificialmente un debate social hasta el momento inexistente y que genere nuevas fricciones. La sociedad y los políticos por extensión deben, como decía antes promover la igualdad, y si es necesario generar debates incómodos, por estar en minoría o ser un asunto tabú en la sociedad, como medio para lograr este objetivo. Si por el contrario, lo que ocurre es que se promuevan debates que defiendan lo opuesto a este principio, entonces se debe poner el mayor empeño en desarmarlo de argumentos y minimizar su efecto.

En ningún caso, la política ni sus instituciones deberían discriminar, ni siquiera a los grupos o individuos que defienden valores opuestos a los principios sobre los que se establece la sociedad. Lo contrario sería, cuanto menos, una hipocresía por violar precisamente el principio básico de libertad, en concreto de expresión y pensamiento.

Conclusiones

En resumidas cuentas, creo que la identidad es en realidad un sentimiento, el de pertenencia, que dicho sentimiento merma nuestra capacidad para tolerar a lo que sea distinto, porque lo vemos como opuesto, y que aunque dicha pertenencia haya sido elegida en base a procesos reflexivos estos pueden estar equivocados o no ser adecuados en determinadas circunstancias.

Si estoy en lo cierto, entonces no hay duda que una sociedad en la que proliferan las identidades, es una sociedad en riesgo por potencial conflicto y división interna. Las identidades difícilmente se pueden eliminar, probablemente sea algo inherente en nuestra naturaleza, pero quizás si se pueda limitar su proliferación e intensidad así como sus efectos.

Todas las sociedades se enfrentan en algún momento a la tensión y división interna. Que lo aborden adecuadamente sus causas, ya sea por cuestiones de identidad o no, es seguramente lo que determine su progreso y longevidad. En el contexto de las sociedades “desarrolladas” contemporáneas, las necesidades más básicas estan aseguradas lo que nos permite dar importancia a nuevas cuestiones dando lugar al surgimiento de identidades, más allá de las de pertenencia a un pueblo, que probablemente siempre han existido.

Así como las identidades pueden ser el problema, también son parte de la solución. Ignorar la existencia de distintas identidades probablemente lo único que consiga sea exacerbar en mayor medida los conflictos. Ser conscientes de su existencia para legislar y educar en consecuencia sea probablemente la mejor vía de acción. Valores y virtudes como la empatía, la mesura, el respeto y el pensamiento crítico, entre otros, creo es de máxima importancia para lograr sociedades más igualitarias, que no homogéneas necesariamente.

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