Notas prelectura

Desde 1980 se conoce y estudia el hecho de que la cantidad de espermatozoides o cuenta de esperma, está descendiendo irreparablemente, generación tras generación.

Una cuenta inferior a 40 millones/litro es el límite inferior a partir del cual se requieren métodos de fertilización asistida. Lo habitual en el pasado era 90 millones y en USA se acercan a los 47 millones.Existen una serie de moléculas sintéticas, con capacidad para perturbar el Sistema Endocrino (hormonas). Fertilizantes y ftalatos, que se emplean para modular la flexibilidad o dureza de los plásticos, tienen la capacidad de entrar en nuestro organismo a través del aire que respiramos (por el polvo que inhalamos), los alimentos que ingerimos o incluso a por vía tópica (por la piel) cuando usamos cremas o productos similares.

Una vez estos químicos penetran en nuestro organismo, afectan a nuestro equilibrio hormonal. Una mujer embarazada, transmite dichos químicos al feto, lo que afecta directamente a su desarrollo. Parece que a los niños estos químicos afectan especialmente, reduciendo su exposición a la testosterona, cuando deben estarlo reduciendo su “masculinidad”.

Info: Existre una medida fisiológica, o morfológica si se prefiere, que consiste en la distancia entre el ano y los genitales (AGD - Anal Genitals Distance) que es especialmente útil porque es la que mayores diferencias muestra entre el sexo femenino y el masculino - en un factor de 50 a 100%. Las niñas más expuestas durante su desarrollo esta distancia es mayor, y en los niños menor. Sirve de manera muy eficaz para predecir la capacidad reproductiva del hombre.

Parece que si somos capaces de reducir nuestra exposición a estos químicos durante 3 generaciones podríamos volver a los niveles de cuenta espermática equivalente al de muchas generaciones pasadas.

El problema actual tiene varias dimensiones:

  1. Aún no se conocen todos los químicos que nos pueden afectar y sus efectos
  2. Regulación inadecuada o insuficiente

Parece que no todos los químicos son declarados por los fabricantes, que además, los estados no los regulan adecuadamente (ya sea por desconocimiento, por falta de alternativas o por presiones lobistas del sector) y que los estudios que se realizan para determinar su seguridad sólo tienen en cuenta la dosis. Esto último significa que, primero se hacen tests a altas dósis y se va bajando hasta llegar a una determinada “baja dosis” a partir de la cuál se considera que las inferiores son seguras. No se considera, por tanto, que puedan existir interacciones entre los distintos químicos artificiales a los que estamos expuestos potenciando unos el efecto de otros.

Por otro lado, los hábitos de consumo no son los adecuados (en parte por desinformación) y seguramente resulte complicado lograr suficiente sensibilización a un problema que es prácticamente inapreciable, porque afecta a casi todos por igual y parece lo “normal”, y que sus alternativas seguramente resultes más costosas en la inversión inicial con quizás peores resultados.

La mejor manera en la actualidad para reducir dicha exposición es tomando dos medidas concretas:

  1. Evitar el consumo de comida procesada, no sólo porque viene envasada, y por tanto en contacto con estos qúimicos, sino porque durante el propio proceso de produción también habrá estado en contacto directo con estos.
  2. Evitar el uso de productos de cuidado personal, principalmente cremas, pero también jabones y champúes, maquillaje, deshodorantes, etc…

Preguntas sin responder

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