Contexto

Antes de comenzar a recetar posibles soluciones debemos de conocer la realidad y los problemas que se presentan en la práctica. Antes incluso de tratar de detectar dichos problemas es conveniente tener una visión más o menos general de la situación actual.

Sistema político

Democracia representativa

La práctica totalidad de las Democracias no son directas sino representativas. Es decir, la responsabilidad en la toma de decisiones se deposita en los representantes electos en vez de en la ciudadanía.

Una Democracia representativa presenta bastantes ventajas frente a un modelo más directo. A mi parecer, las dos más relevantes son que, por un lado, hace más fácil la puesta en práctica de la Democracia. Por el otro, como consecuencia de este modelo representativo, tiene lugar cierta profesionalización de la política. Desde mi punto de vista esto es deseable porque en principio así se aumentan las posibilidades de que las personas responsables en la toma de decisiones, los políticos, tengan suficiente capacidad intelectual, conocimiento, experiencia y dedicación como para decidir “lo mejor”. Esto, por supuesto, no deja de presentar algunos problemas. La profesionalización política implica que cualquier político profesional depende de su carrera política para subsistir. Su única motivación ya no sólo será la del servicio público sino la del aseguramiento de su permanencia, lo cual puede motivar a ciertos comportamientos indeseados.

Por su parte, la democracia directa es en realidad la única Democracia. Todo lo demás son sucedáneos. La gran ventaja de esta es que no cabe la posibilidad de desviación entre la opinión general y la toma de decisiones. Sin embargo, cabe hacerse la pregunta de hasta que punto es bueno. Al fin y al cabo, la opinión general puede estar equivocada. Las sociedades actuales y, por consiguiente, la política presenta cuestiones de la más variada índole. Resulta imposible que la ciudadanía se mantenga suficientemente informada y “saber de todo” hasta el detalle necesario para tomar decisiones con fundamento. Lo mismo ocurre con los políticos, es imposible que sepan de todo. Para eso están sus consejeros. Además, para que una democracia directa sea efectiva, la ciudadanía no sólo debería estar informada sino además contar con el interés necesario como para involucrarse constantemente, algo que no parece razonable si además debemos de trabajar y queremos disfrutar de tiempo libre.

Partidos políticos

Aunque debería ser de otra manera, la política real es primordialmente una cuestión competitiva. Mis intereses frente a los tuyos. Mis ideas frente a las de los demás. En algunos casos, incluso unos contra otros; los buenos contra los malos. No todas las cosas importantes de la vida son capaces de levantar pasiones como lo consigue la política.

Sin duda los partidos políticos son un instrumento valioso de organización, de concentración de recursos, y de encaminamiento hacia la acción. Crean unidad donde de otro modo no la habría. Empoderan a los que individualmente no tendrían capacidad de impacto relevante. El problema es que exacerban esta característica pasional de la política. Dicho sentimiento de unidad o de pertenencia tiene efectos psicológicos negativos. En cierta medida, se pierde capacidad de reflexión crítica de sus miembros. En el imaginario de las personas, los partidos dejan de ser únicamente el medio y en ocasiones se convierten en el fin.

Aquellos que participan activamente en las actividades del partido son conocidos como “militantes”. Esta es una clara referencia a la competición por antonomasia, la guerra; así como los profesionales de la misma, los militares. Toda milicia se caracteriza por una clara jerarquía y obligación de obediencia. Quizás en estos tiempos modernos los partidos políticos ya no pretenden explícitamente comportarse de la misma manera, pero hay un componente psicológico ineludible en el ser humano que nos arrastra a ello inconscientemente.

La política partidista es, en demasiadas ocasiones, poco razonable, deshonesta y opaca. La autocrítica real no existe. Errar es de humanos, pero a los partidos están por encima y se les espera infalibilidad.

Para el partido y los políticos, el interés principal es vencer las elecciones, tener más votos que el contrincante. Cuanta más diferencia de votos, mejor. Supuestamente así podrán llevar a cabo su proyecto con menos dificultades y menos posibilidades hay de perder el poder en las siguientes elecciones. Uno de los problemas es que el orgullo del partido perdedor no lo permite aceptar la derrota y afrontar la legislatura de manera constructiva. Para el que pierde toda la legislatura es periodo electoral, y se encuentra en permanente búsquedas de oportunidades para enfrentarse al “bando” ganador y ponerlo en evidencia con la esperanza de mejorar sus resultados la próxima vez. A los partidos políticos les viene mal el olvido, especialmente a la oposición. Por eso tienen que estar constantemente generando polémicas.

En vez de cooperar por una comunidad o un país mejor, entran en un ciclo vicioso de pugna constante. Si sus energías se encaminaran únicamente a lo estrictamente político posiblemente la sociedad vería rápidamente los beneficios.

Por todo lo anterior, la visión política del partido en una democracia es cortoplacista (enfocada en la urgencia en vez de en la importancia) y populista. Se enfocan sobretodo en gestos y acciones llamativas que cristalicen en la memoria del electorado. Concentran sus medidas más populares cerca de un periodo electoral y, por el contrario, las impopulares las llevan a cabo al iniciar la legislatura para que haya tiempo suficiente y sean olvidadas. Rara vez somos la ciudadanía testigo de política a largo plazo, de una estrategia consensuada que permanezca más o menos inalterada independientemente del partido de turno en el poder. Vemos demasiados vaivenes. Se manipula a la opinión pública creando debates en ciertas ocasiones artificiales y se dejan los asuntos realmente importantes sin solucionar.

Cabe destacar también que el actual sistema político ofrece cierta impunidad tanto a partidos como a políticos. No existen casi consecuencias negativas a comportamientos reprochables. Quizás se les penalice en las elecciones (no suele ocurrir), pero eso tampoco es tan grave. Al fin y al cabo, su actividad no está limitada, tienen “infinitas” futuras elecciones. Algunos agentes pueden estar manchados por la corrupción o por otros comportamientos poco éticos; pueden carecer de credibilidad, por no haber cumplido sus promesas en el pasado o por haber cambiado de postura sobre un mismo tema en incontables ocasiones, ignorando sus propias convicciones en favor del mensaje que mas votos rinda; incluso pueden aparentar cierta incompetencia ya sea por sus acciones pasadas o sus postulados. En cualquier caso, el tiempo está a su favor, se aferran al puesto público o a su posición en el partido.

Estructura social y económica nacional

España como muchos otros países europeos tiene una larga historia marcada por guerras, conquistas, reconquistas e imperialismo (un estadio previo a la forma de globalización actual).

En épocas más recientes, España ha sido un país moderno aunque retrasado en su desarrollo en ciertos ámbitos.

En términos de desarrollo democrático moderno la historia Europea se puede resumir a través de cuatro generaciones:

  1. Democracias pioneras previas a las guerras mundiales. En la mayoría de casos establecieron las bases democráticas, aunque no terminaron de desarrollarse hasta después de la segunda guerra mundial.
  2. Democracias a raíz de la finalización de la segunda guerra mundial.
  3. Democracias post-dictaduras. En algunos países como Grecia, Portugal o España, se establecieron dictaduras que se prolongaron varias décadas en el tiempo después de la II Guerra Mundial.
  4. Democracias post-soviéticas. Son las más tardías y surgieron tras la caída de la URSS y la declaración de independencia de nuevos estados.

En las últimas décadas España ha sufrido una completa transformación política, económica y social. Somos una sociedad democrática joven y hemos pasado de altos niveles de analfabetismo a casi completa alfabetización en unas pocas generaciones. Siempre han existido élites intelectuales en España comparables a los de otros países europeos, pero la clave para una democracia moderna eficaz no son las élites, sino el nivel cultural general. Aún desconociendo esta cuestión en profundidad, parece que en cuestión de educación y cultura España continúa rezagada.

En lo relativo a la estructura económica nacional, esta se basa en dos industrias primordiales:

Sin ánimo de resultar despectivo, somos la huerta y la playa de Europa. Nuestro clima y geografía es algo que nos viene dado, y que hemos aprovechado. El problema radica en que quizás hemos sobre-explotado estas bondades y descuidado otros sectores más difíciles de desarrollar pero con mayor valor añadido. Nuestra mano de obra es poco cualificada y por el momento somos poco competitivos en otros sectores. Además hay que tener en cuenta que, a diferencia de otros sectores, tienen un gran impacto en el medio ambiente y alto consumo de recursos naturales. Tienen características de industrias extractivas. Es decir, que si no se gestionan correctamente, no son sostenibles a largo plazo.

Como hemos partido de una situación bastante mala en términos económicos comparados con otros países vecinos y el desarrollo económico del país ha sido tan intenso, hemos crecido rápida y desordenadamente, sin planificación. Una vez más, nos hemos centrado como sociedad en los beneficios a corto plazo e ignorado las consecuencias futuras. Hoy en día ya estamos pagando las consecuencias de la falta de una estrategia de crecimiento integral. Probablemente haya sido por una mezcla de incapacidad e irresponsabilidad de nuestra sociedad como conjunto. Lo más preocupante, a mi parecer, es que sigue sin existir tal estrategia nacional de desarrollo a largo plazo e integral, de todos los sectores. Tampoco planes locales o regionales equivalentes. Por el momento la única visión largoplacista de nuestra política proviene de las políticas europeas.

Es posible que la incultura y falta de una educación de calidad que la contrarreste sean los mayores problemas de nuestro país. Ambas son la mejor garantía de futuro. No podemos mejorar las cosas, si no somos capaces de identificar los problemas, sus causas raíz ni establecer soluciones eficaces. Eso sólo se consigue a través de una ciudadanía comprometida, responsable y competente.

España ha pasado por grandes dificultades en tiempos pasados y recientes. Aún sufrimos los coletazos de estas circunstancias internas que frenan nuestro desarrollo. Es muchas cuestiones somos un país dividido, en continua lucha interna. Cuestiones como el Franquismo, la transición y la monarquía; el terrorismo o los nacionalismos son cuestiones intrínsecas de nuestro país sin resolver. Son asuntos que monopolizan la atención ciudadana y política, que nos distraen de los problemas realmente importantes. La pasada crisis económica de 2008 ha tenido efectos negativos en todos los ámbitos, pero poco se ha hecho para evitar que los efectos de una eventual nueva crisis vuelvan a ser tan devastadores.

Globalización

Nuestros sistemas económicos y políticos han alcanzado un nivel de interdependencia sin precedentes. Dicha relación explica muchas cosas que ocurren en la actualidad.

Resulta curioso ver como la política nacional española, parece no querer aceptar o ignorar este hecho. Vasta con poner un poco de atención para darse cuenta que tanto los debates parlamentarios, programas electorales, tertulias televisivas o conversaciones de a pie se centran en problemas y, sobre todo, soluciones locales. Rechazamos la idea de una pérdida de poder y capacidad de actuación. Seguimos pensando que las políticas locales y nacionales pueden solventar la mayoría de problemas por sí mismas.

Debemos ser conscientes de que sea cual sea el ámbito geográfico de nuestro interés, las dinámicas globales tienen impacto incluso lo más local. El comercio y la industria más importante del país, el turismo, son el más claro ejemplo. La influencia internacional es en realidad omnipresente, afecta a todos los sectores, incluso el primario, depende del comercio y regulaciones internacionales. Los niveles y calidad del empleo de un país o localidad dependerá enormemente de la competitividad internacional de sus empresas e industrias. Todo, hasta las cosas más fundamentales como la vivienda, alimentación, educación y sanidad están a merced de nuestras relaciones internacionales.

Este hecho tiene más importancia de la que solemos otorgarle. Pero además hay que ser conscientes también de que se trata de relaciones muy complejas. Hasta el punto que resulta muy complicado entender en ocasiones como funcionan los mecanismos que nos relacionan. No se trata de intercambios directos, pueden haber multitud de agentes intermediarios que nos afecten sin que sus acciones pudieran haberse previsto como relacionadas con nosotros. Esto implica que no se pueden esperar comportamientos habituales en relaciones más directas como reciprocidad o un equilibrio en las fuerzas.

Esto último es relevante porque con la globalización surgen las economías de escala y con ellas los lobbies y corporaciones internacionales. Estos han ganado tanto poder que en ocasiones superan en capacidad a los propios estados. Apple una de las compañías con mayor capitalización del mundo, por poner un ejemplo popular, supera en capitalización al PIB de la gran mayoría de países desarrollados; solo queda detrás de las primeras potencias mundiales. Sectores empresariales globales, mueven cantidades ingentes de capital. Generan empleo y pueden afectar enormemente la economía de una localidad concreta, incluso la de un país completo. Si no se mantiene una relación favorable para las empresas, se corre el riesgo de que dejen de generar empleo aquí al irse a otro lugar. No importa la nacionalidad de origen de la empresa, su lealtad no está con la nación ni su población sino con los beneficios empresariales. La política es difícilmente independiente en estas circunstancias.

El Capitalismo es otro ejemplo de comportamiento competitivo. Desde un punto de vista político y social, la globalización no ha mejorado la situación aunque quizás tampoco la ha empeorado. Su apogeo, sin embargo, requiere de ciertas adaptaciones políticas. Antes las naciones se podían comportar más aisladamente. Eran más autosuficientes y, por tanto, menos susceptibles a perturbaciones provenientes del exterior. Ahora un estado no sólo se ve influido por otros estados, sino también por sectores empresariales e incluso por compañías individuales. La Unión Europea es un claro ejemplo de adaptación. Aunque incluso en el seno de la UE los países siguen compitiendo económica y políticamente entre sí, la unión ha establecido un marco de posible cooperación y de equilibrio de fuerzas.

En cualquier caso, como decía, las relaciones político-económicas no están equilibradas. Toda política se ve presionada y limitada por los poderes económicos (ya sea en modo de “lobbies” o simplemente a través de los intereses particulares del electorado). La política es colectiva y poco ágil. Está sujeta a los procesos legislativos. En muchos casos al término de convalidación de una iniciativa esta ha perdido parte de su carácter original, a través de enmiendas, especialmente si no se gobierna con amplias mayorías.

Todo Estado cuenta con cierta legislación que regula y limita la actividad económica. Estas regulaciones varían según el país y según la época. La tendencia, después de la segunda guerra mundial es la de “relajación” en el “intervencionismo” de los Estados. Como ya cada país no es una isla, no puede desviarse en demasía de los convencionalismos económicos establecidos globalmente, de hacerlo, perdería competitividad en el mercado global, lo que puede redundar en peores condiciones de vida de la ciudadanía y por tanto, menos votos.

Las decisiones económicas, por su parte, no están sujetas a tantos límites ni retrasos. Sus procesos de decisión y puesta en marcha, son mucho más ágiles. Sólo dependen de unos pocos. Una sociedad solo vela por los intereses empresariales, fundamentalmente beneficios económicos. Es decir, la masa de personas que componen una empresa es mucho más homogénea en el sentido de que sus intereses son básicamente los mismos. Esto en la política no ocurre. Esta ha de valer, en principio, por el bien común de todos (un “todos”, muy heterogéneo).

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