Introducción

«En definitiva, es natural que alberguemos creencias infundadas, no obstante somos, en cualquier caso, responsables de nuestras acciones y estamos moralmente obligados, por el bien común y propio, a cuestionar nuestras creencias, esforzarnos en revisarlas y confirmar la evidencia que las sustenta». Ésta es la conclusión obtenida en el artículo Ética de las creencias que, dándola por buena, da pie a cuestionarse si discutir con el prójimo es una cosa buena y por tanto deseable o si, por el contrario, es algo que deberíamos evitar.

Discutir, o mejor dicho, discutir bien no es tarea fácil. Es relativamente sencillo ver como una deliberación inicialmente sosegada, termina por liberar las pasiones de los participantes, que de repente se convierten en contendientes queriendo imponer su opinión a base de afirmaciones vehementes (poco a poco se deja de meditar sobre qué decir [soltando lo primero que pasa por la cabeza], se va aumentando el volumen [como si el que hablara más alto tuviera la razón]) y atropelladas (sin la debida meditación y respeto del turno inmediatamente anterior [que en muchos casos aún ni ha terminado cuando empezamos a hablar]). En ese punto, incluso cuando se han conseguido mantener las formas y la educación; ya se ha perdido el respeto hacia los demás, porque ya no es un intercambio de opiniones y razonamientos sino una consecución de monólogos, ya no escuchamos al otro antes de hablar. Ya sólo se pierde el tiempo, porque las partes se han enrocado y no se avanza hacia una conclusión.

Existe infinidad de maneras en que se puede degradar una discusión, lo anterior es un mero ejemplo. En cualquier caso, cuando degenera deja de ser útil porque nunca alcanzará su objetivo. Es, por tanto, inmensamente importante acordar antes de comenzar a las argumentaciones, cuál es la naturaleza del asunto a examinar. Una discusión inútil, también es aquella en la que los participantes hablan sobre cosas diferentes.

Otro modo increíblemente efectivo para desperdiciar nuestro preciado tiempo, es opinar sobre lo que no tenemos ni idea. Estoy de acuerdo en que todo es y debe ser opinable. No obstante, es irremediablemente cierto que no todos son capaces de hacerlo con la misma solvencia, por el simple hecho de que nadie sabe de todo. Un requisito indispensable es estar al menos, mínimamente informado sobre el asunto, de lo contrario caeremos en la trampa del sentido común. Y esque, cuando desconocemos sobre algo, tendemos a aplicar lo que parece lógico, pero que al desconocer todos los detalles es fácil llegar a conclusiones falaces, que cualquier experto podría destapar fácilmente.

Hay que debatir con humildad. Tenemos que estar desde el inicio dispuestos a reflexionar sobre las ideas aportadas por el resto y reconocer cuando estamos equivocados, y así ser capaces de modificar nuestro esquema mental y proseguir constructivamente.

Resumiendo lo anterior, podemos decir que idealmente una discusión es un intercambio de opiniones, que serán posteriormente puestas a prueba frente a la lógica y los hechos durante la argumentación de cada participante y la reflexión de los que le escuchan. Y que “discutir bien” es cuando se trata de una conversación reflexiva, respetuosa e informada, sobre un tema claro y concreto, que se afronta con humildad.

He evitado el uso de “Útil” en la síntesis porque no es esa la utilidad que quiero cuestionar. Partiendo de la base anterior de que una “buena” discusión nos permite examinar un tema concreto, que si se trata con la suficiente habilidad y profundidad permitiría llegar a unas conclusiones (y en muchos casos hasta se lograría el consenso), la utilidad que cuestiono es sobre si merece la pena el esfuerzo, y en tal caso porqué.

Deliberación

En el artículo que hacía referencia al inicio, se argumenta que como miembros de una sociedad somos responsables de nuestras opiniones porque, tanto nuestras acciones como las de aquellos con los que las hallamos compartido se verán influenciadas por dichas ideas. Es decir, que compartir nuestras opiniones puede afectar a la sociedad en su conjunto.

Existen muchas maneras para compartir nuestras opiniones, y por tanto de influir en las de los demás (aunque no sea intencionadamente). Desde la innovación que supuso para el homo sapiens ser capaces de usar la escritura como medio alternativo de comunicación, se han dado grandes avances tecnológicos que han aumentado exponencialmente nuestra capacidad de transmitir y preservar las ideas. La imprenta y la radio en la “era analógica” o los ordenadores e internet en la “era digital” son probablemente los más destacados.

En sociedades hiperconectadas tecnológicamente como la actual, cada individuo es capaz de influir en una cantidad ingente e indeterminada de personas, y en última instancia sobre su comportamiento. Esto, per-sé no es ni bueno ni malo, simplemente supone una serie de oportunidades y riesgos mas o menos evidentes. Hay fenómenos muy ejemplares como la capacidad de la wikipedia para expandir el conocimiento humano prácticamente sin fronteras, aunque con el riesgo de que dicha información pueda no ser completa o directamente estar manipulada. Otro caso claro es el aumento de la capacidad de propagación (conocido como “viralización”) de los bulos a través de las redes sociales, que también permiten la distribución de noticias con un desfase entre el propio hecho y su publicación irrisorio.

A pesar de lo afirmado en el párrafo anterior, nuestra recién adquirida inmensa capacidad de influencia se ve contrastada por el mismo aumento de capacidad del resto de personas y por tanto, de la cantidad de información disponible. Contrariamente a lo que podría parecer lógico, llegado un punto de “sobre oferta” de información resulta complicado discernir los hechos de las suposiciones y, por descontado, de lo que es cierto o falso. Pero esto es otro asunto.

Volviendo a lo que nos ocupa, mas allá del medio que empleemos para comunicar nuestras ideas, podemos usar una clasificación alternativa (que es la que me interesa en este artículo), que sería el modo en que se transmite la información. Hay 2 tipos: mono-modo o unidereccional (donde sólo hay un emisor y uno o mas receptores); y multi-modo o multidireccional (donde hay más de un emisor y uno o mas receptores).

No obstante, si queremos que cualquier intercambio de ideas resulte útil, no solo por obtener unas conclusiones sino en el sentido más amplio de utilidad pública, y maximizar dicha potencial utilidad resulta evidente que se debe emplear un medio con registro permanente. Medios como los escritos o audiovisuales permiten su posterior distribución, análisis e incluso modificación o mejora.

Lo que no resulta tan evidente es que modo es más ventajoso. El mono-modo es especialmente útil como medio de divulgación, en el que los expertos informan y forman a individuos a los que la materia les es extraña. Una vez recibida la información los receptores tienen la posibilidad de su repaso y análisis. Este modo, visto en un contexto temporal amplio, no necesariamente implica que la información solo pueda fluir en un sentido y no pueda ser replicada, ya que en cualquier momento una de las personas que ha recibido la información anterior es capaz de crear otro canal publicando sus conclusiones. Este proceso se puede alargar indefinidamente de manera que una serie de canales mono-modo terminan convirtiéndose en un canal multi-modo. Esto suele ocurrir en las publicaciones científicas, revisiones bibliográficas o por poner un ejemplo menos formal, artículos digitales con posibilidad de comentarios.

Una comunicación multi-modo, volviendo a la perspectiva temporal reducida original, es decir, donde los diferentes individuos comparten sus ideas y estas se rebaten en “tiempo real” es lo que podemos entender entender por conversación o discusión. Parece que esta manera es menos ventajosa, para la utilidad pública, ya que durante su desarrollo el análisis posible es muy limitado. Por su puesto, si se realiza por un medio permanente, el análisis se puede realizar a posteriori, pero ya se ha perdido la oportunidad de incluir en el proceso cualquier conclusión que se obtenga. Sin embargo, tienen la ventaja de permitir aclaraciones instantáneas cuando un concepto no se ha definido o comprendido claramente.

Para simplificar, no entraré en casos como los debates o incluso las clases, que son casos mixtos ya que pueden permitir en ocasiones flujos únicamente unidereccionales y en otros momentos multidireccionales. Parece, que no existe ni medios ni modos perfectos de comunicación para el intercambio de información, ideas u opiniones, sino que cabe un amplio abanico de potabilidades, cada una con sus ventajas e inconvenientes.

Una buena discusión, como ya se dijo al principio, nos aporta beneficios personales por poner a prueba nuestras capacidades mejorandolas eventualmente, nos ofrece la oportunidad de entrar en la mente de otros y obtener puntos de vista originales y, por supuesto, nos permite obtener conocimiento de manera realmente ágil. No cabe duda que existe una indiscutible utilidad personal. En cuanto a lo público, si tenemos en cuenta las dificultades que supone “discutir bien” y le añadimos que las florituras dialécticas fácilmente pueden esconder falacias y la dificultad de rebatir afirmaciones que en su momento pasaron inadvertidas y que tras un análisis posterior hayan podido quedar en evidencia, parece que existen maneras más ventajosas.

Discutir, y “discutir bien” en particular, en el formato que sea, puede resultar una actividad estimulante y personalmente enriquecedora pero, aunque quedase registro, ni mucho menos es la manera más eficaz para la mejora de nuestra sociedad en su conjunto.

Un intercambio de información alternativo superior a la discusión es el debate, entendiendo como tal una variación en la que se establecen una serie de normas a respetar. Habitualmente se realiza de manera oral y se establecen unos turnos de participación, que evita que los participantes se atropellen y su intercambio sea inteligible con mayor facilidad. En cualquier caso, para maximizar el potencial beneficio se deberían de cumplir las siguientes condiciones:

De este modo se consigue fomentar un tratamiento más analítico del asunto a tratar, aportando pruebas y razonamientos suficientes

Si lo que buscamos es la mejora de un grupo social reducido, la cosa cambia, en ese caso, si que podríamos considerarlo un método eficaz, y probablemente muy eficiente también ya que

Dicho esto, en el mejor de los casos si discutimos bien, seremos parte activa en la mejora de nuestros grupos sociales. Por otro lado, si lo hacemos mal seremos parte colaboradora en su empeoramiento y mediocridad. neutral si no convencemos a nadie, pero no es cuestión baladí…

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