Introducción

Ninguna sociedad en la historia ha sido perfecta y, probablemente, ninguna del futuro llegue a serlo. No obstante, cada una se sustenta con los cimientos establecidos por sus predecesoras. Parte del progreso proviene del aprendizaje de sus éxitos y fracasos, sus defectos y fortalezas. Es quizás un tipo de progreso difuso, solo evidente cuando se analiza con suficiente perspectiva temporal. Por otro lado, las sociedades tampoco son estables porque se adaptan, con mayor o menor éxito, al cambio de las circustancias que la condicionan. Estas pueden ser de naturaleza diversas y con velocidades también distintas, pero en la mayoría de casos se encuentran interrelacionadas. Algunos de estos condicionantes pueden ser: el desarrollo tecnológico, la competencia con otras sociedades, eventos de salud pública como epidemias, eventos naturales o cambios ecológicos/climáticos antropogénicos.

Históricamente el periodo de tiempo necesario para que se evidencie un cambio de tendencia ha sido muy amplio, en términos relativos a la longevidad del ser humano. Actualmente existe la idea de que la revolución industrial a acelerado el ritmo de cambio y que ahora sí, los cambios de tendencia pueden resultar evidentes durante una única generación. En cualquier caso, cuando se analiza la historia con cierta perspectiva temporal parece que las sociedades tengan un ciclo de vida bien definido que, después de su periodo de apogeo, comienza otro de decadencia que concluye con su desaparición y surgimiento de nuevas que ocupan su lugar. La realidad dudo sea tan simple. Probablemente nunca llegaron a desaparecer, simplemente evolucionaron en otra cosa. Se trata de un proceso evolutivo constante. Es innegable que algunos procesos de cambio han sido más convulsos y rápidos que otros; incluso hay casos los que se da una desintegración social por aislamiento, se reducen los intercambios de población, culturales y bienes o recursos que dan lugar a cierta pérdida de desarrollo del conocimiento, tecnología, condiciones de vida o actividad económica. Pero incluso en estos casos no existe una desaparición rigurosamente hablando porque su cultura y costumbres persistenen los pueblos que la formaban y en las sociedades vecinas.

Puede ser discutible si el concepto de Sociedad está ligado al surgimiento de la Burguesía con la Revolución Industrial o es anterior. No importa. Sistemas políticos han existido siempre porque las personas se han relacionado con otras desde que el ser humano es tal cosa. Sea como fuere, la «globalización», entendiendo como tal, la interacción de seres humanos pertenecientes a distintos pueblos separados entre si por mares y continentes ha existido de manera ininterrumpida desde hace miles de años. Tecnológicamente han existido en la historia unos pocos hitos que cuando han tenido lugar han supuesto un salto cualitativo en la «conectividad» global. Los últimos dos siglos han sido los más fructíferos a la hora de producir invenciones revolucionarias. Efectivamente la historia reciente parece soportar la idea de que existe una tendencia acelerada en cuanto a innovaciones, como la telegrafía, telefónía fija, o el automóvil, el aeroplano y más recientemente internet. Cada uno de ellos ha contribuido a alcanzar niveles impensables los años previos a su invención. Hay que reconocer sin embargo, que ha sido en los últimos siglos cuando se ha dado lugar a un desarrollo tecnológico muy acelerado. En poco tiempo relativo, se ha mejorado en varios órdenes de magnitud la capacidad de movilidad de personas, mercancías e información.

En la actualidad, las cosas cambian tan profunda y rápidamente que las instituciones, organizaciones, individuos y, por tanto, la sociedad en su conjunto que las dificultades pendientes de resolución se acumulan. La presión para el cambio, cada vez es mayor pero este a su vez más difícil.

El cambio es parte del problema y de la solución

Muchos de los avances de la humanidad han supuesto un desarrollo insostenible desde el punto de vista medioambiental y en algunos casos también social. Dichos costes en muchos casos no resultan evidentes en la época, por lo que en realidad son una deuda que las generaciones futuras tendrán que liquidar. Con el incremento de la velocidad del progreso tecnológico la tasa de dicha deuda también lo hace. Hasta el momento hemos tenido cierto éxito. El estándar de referencia actual, el del duplo democracia representativa y capitalismo, ha logrado mejorar prácticamente todos los indicadores de progreso y bienestar. Sin embargo, es ya evidente que toda esta deuda acumulada comienza a pasar factura y que formamos parte de las generaciones que de una vez por todas tendremos que lidiar con ella. Nos enfrentamos a muchos y peligrosos riesgos, quizás el más notorio sea el cambio climático.

Probablemente estemos cerca de un punto de inflexión, una de esas épocas en las que desde el futuro se interpreta como la decadencia previa al declive. Si somos capaces de solventar las dificultades y adaptarnos suficientemente rápido, seremos capaces de promover un cambio de paradigma. Esto en cualquier caso sucederá, la cuestión es si de manera controlada o convulsa y traumática.

La inercia actual imposibilita que se reduzca el ritmo para dar tiempo a la adaptación social. Si la raíz de algunos problemas es la velocidad del cambio, su reducción no parece una solución realista. Si aceptamos lo anterior, entonces resulta evidente que la estrategia ha de pasar cumplir, al menos, dos cuestiones:

  1. Hay que mejorar tanto la agilidad del proceso de toma de deciciones como su eficacia.
  2. Análogamente, habrá que mejorar tanto la eficiencia como eficacia de la ejecución de las decisiones.

Esto es así porque de nada sirve desarrollar un plan perfecto si cuando se va a poner en práctica ya ha quedado obsoleto. Es mejor, tomar pequeñas decisiones con menor márgen de error, más fácil y rápidamente ejecutables para comprobar su impacto real y, en caso de desviación del resultado esperado, tomar medidas correctivas.

Aún consiguiendo lo anterior, no parece razonable que logremos ir al mismo ritmo. Por eso, creo que otra tercera cuestión resulta vital si no nos podemos igualar a la velocidad del cambio: tendremos que preveerlos para tener márgen de maniobra.

Conclusiones

En definitiva, lo que se propone es, por un lado, ser capaces de llevar a cabo pequeños y frecuentes cambios incrementales en el corto plazo. Al mismo tiempo, realizar estrategias a largo plazo, que tengan en cuenta las tendencias y previsiones, pero también los riesgos y dificultades más probables en base a análisis profundos y exhaustivos de todos los ámbitos relevantes. Dicha estrategia debería proponer acciones suficiente mente flexibles e incluso polivalentes, como para permitir la adaptación en caso de desviaciones. Resulta imprescindible por tanto tener en cuenta todo el ciclo de vida de las medidas a adoptar, y de sus consecuencias directas e indirectas, un pensamiento holístico e integrador a prueba de errores, resiliente, con un claro enfoque hacia la gestión del riesgo e incertidumbre.

Tomar decisiones y aplicarlas ágilmente, incrementa entre otras cosas el ritmo de adquisición de conocimiento a través de la prueba y el error. Lo que a su vez puede redundar en una mejora de la eficiencia al final del proceso iterativo. Parte del problema es que las sociedades no toleran bien el error, menos aún en el ámbito de la política. Esto hace que los agentes con poder político sean muy conservadores, demasiado según el caso.

Espero que todo lo expuesto anteriormente tenga sentido, en realidad no se propone nada nuevo y a la vez de poco sirve si no se sabe la manera de lograrlo. Dejo para el próximo artículo algunas cuestiones importantes, tales como ¿Lo propuesto no existe ya? Y de ser así, ¿Porqué no, que evita en la actualidad que estas obviedades no formen parte de la realidad?, ¿Que condiciones se deben cumplir para que esto sea alcanzable?.

Volver arriba